domingo, 23 de mayo de 2010

Crisis y fracasos. Por M. Martín Ferrand

LLAMARLE crisis, con todo el sentido clínico y esperanzador que conlleva la palabra, a lo que son auténticos fracasos es una más entre la muchas mañas tramposas en que se ha instalado la política española.

La crisis, para ser verdadera, exige la hipótesis de una solución eficaz y redentora mientras que el fracaso es un punto final y sin remedio. Un enfermo en crisis, por grave que ésta sea, puede tener la esperanza de la recuperación. Tras el fracaso del enfermo, sólo cabe la organización de las oportunas pompas funerarias. Lo sobrenatural escapa del territorio del análisis político y de la praxis periodística. José Luis Rodríguez Zapatero ha fracasado y sus ministros, más próximos al oficio de palmeros que al sesudo trabajo de los estadistas, le jalean la gracia hablándonos de crisis y de prontas soluciones.

La Unión Europea ha decidido castigar a los países que no cumplan con los límites del déficit -el tres por ciento del PIB- con sanciones que pueden llegar a la retirada del voto a los infractores en los Consejos rectores de la Unión. ¿Nos resignaremos, para mayor grandeza de un Zapatero que sólo luce cuando guarda silencio, con ser un país sin voz y sin voto en el conjunto de los Veintisiete? Y, sobre todo, se resignaran los otros veintiséis a tener un socio problemático y altanero, manipulador y fanfarrón, como el que encarna y gobierna el líder socialista español?

España es un país difícil. En ello reside parte del encanto nacional, pero resulta temerario no obrar en consecuencia. Un ejemplo práctico: nuestro sistema financiero funciona sobre un duopolio bancario fáctico, cosa inquietante, y una multiplicidad de Cajas que, peligrosamente politizadas, avanza hacia otro duopolio, cosa alarmante. Algunas de las piezas de ese puzle son tan excéntricas que tenemos Cajas de fundación y gobierno eclesial, como la Cajasur -600 millones de pérdidas en 2009- que acaba de intervenir con inexplicable retraso el Banco de España. Dentro de la doctrina Van Rompuy-Trichet bastaría con los interventores delegados por el BdE; pero, en atención a la naturaleza de la institución y de los demonios y fantasmas que han actuado en ella en los últimos tiempos, la intervención será incompleta si no hay un exorcista en el equipo interventor. El descuido en los detalles es lo que aquí, casi siempre, convierte en fracasos lo que podría quedar en crisis.


ABC - Opinión

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