jueves, 27 de mayo de 2010

Contra los ricos. Por M. Martín Ferrand

LA gran diferencia entre la Europa de la Contrarreforma, la nuestra, y la que vivió la Reforma Protestante que impulsó Lutero reside, fundamentalmente, en la valoración social de las personas acaudaladas, de los ricos.

Entre nosotros, y dicho sea coloquialmente y sin ánimo de discusión teológica, la fe es suficiente para alcanzar la salvación eterna y en la salsa luterana y calvinista se exige, además, el esfuerzo. El trabajo que perfecciona a la persona, la justifica biográficamente y dignifica moralmente. Allí suponen que un rico es la consecuencia de una intensa vida productiva, forjada en el ahorro y en la asunción del riesgo de las inversiones y aquí suele ir por delante la sospecha de la procedencia ilegítima de cualquier patrimonio dilatado que no arranque de la nobleza de la sangre y de la herencia.

En ese entendimiento, tan poco socialista y tan propio de José Luis Rodríguez Zapatero -el líder que declina-, ha dicho el presidente que, «en breves semanas», el Gobierno presentará una nueva figura tributaria que no afectará al 99,9 por ciento de la población y que se dirige únicamente a los ciudadanos con una alta capacidad económica. ¿El 0,1 por ciento de la población? Lo primero que debiera aclararnos el intelectual de León nacido en Valladolid es la duración de una semana breve. Hasta ahora, cuando mejor que peor íbamos tirando, todas las semanas eran de siete días, pero la reducción de tiempo en las semanas también es asunto para la inquietud colectiva.

Zapatero, como un tirador con mira telescópica de los que, al servicio de los malos o de los buenos, aparecen en las películas, está apuntando a alguien concreto. Eso es políticamente torpe; éticamente, impresentable y hacendísticamente, inútil. El volumen de las recaudaciones fiscales depende del multiplicador, del número de quienes satisfacen un determinado impuesto, mucho más que del multiplicando y, por mucho que quiera ordeñar los bolsillos de cuatro mil personas, no será así como compense el déficit y, mucho menos, como fomente la actividad económica que, con la correspondiente creación de empleo, genere la riqueza que nos falta y nos libere de la pobreza que nos acongoja. Como, además, las apariencias engañan puede llevarse un chasco monumental porque, dos docenas de excepciones al margen, uno de los grandes males nacionales reside en el hecho de que nuestros ricos son bastante pobres.


ABC - Opinión

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