martes, 2 de marzo de 2010

Willy Toledo. Por José García Domínguez

Willy acaba de deponer eso que todos los miserables vascos –y no vascos– repiten desde hace medio siglo, siempre que ETA asesina a alguien y el cadáver aún permanece caliente en la calzada: "Algo habría hecho".

Un indicio tragicómico de la decadencia final de Occidente es la traslación sufrida por los árbitros morales y guías espirituales de la tribu. Ese magisterio que, hace apenas dos siglos, una nueva casta, la de los sacerdotes laicos de la intelectualidad, conseguiría robar a los curas de toda la vida. Hasta que, al silencioso modo, aquellos sesudos custodios paganos de la conciencia colectiva fueron sustituidos por una abigarrada troupe de roqueros a medio alfabetizar, actorcillos del tres al cuatro, cineastas comprometidos con su propio ego, coristas venidas a más, estrellas fugaces de la televisión, y hasta algún que otro futbolista.

De ahí que a nadie importe qué opinaban o dejaban de opinar Conchita Piquer, Manolo Caracol o Juan Belmonte sobre la estrategia del Pentágono en el conflicto de Corea, la Primavera de Praga o la procedencia del Plan de Estabilización del 59. Y sin embargo, las elevadas cogitaciones geoestratégicas de un tal Willy Toledo resultan susceptibles, hoy, de ocupar páginas y páginas en los periódicos. Ese Willy, otro pobre niño rico criado entre algodones y mala conciencia por los golpes que nunca le ha dado la vida, airado rebelde sin causa de los de la escuela de Jannette, del que uno no acierta a discernir si se tratará de un simple cínico o de un simple tonto.

Por lo visto, y en un alarde de las muchas luces que lo adornan, Willy acaba de deponer eso que todos los miserables vascos –y no vascos– repiten desde hace medio siglo, siempre que ETA asesina a alguien y el cadáver aún permanece caliente en la calzada: "Algo habría hecho". Al parecer, la sola aportación original de Willy a guión tan manido ha consistido en deletrear de pe a pa las infamias de la policía política contra Orlando Zapata, publicadas en Granma. Quizá, y en su descarga, cabría conceder que vive atenazado por la ceguera ideológica, esa cárcel del pensamiento. Aunque no semeja el caso. A tenor de lo que pía y, sobre todo, de lo que calla, el marxismo-leninismo de Willy debe ser tan acendrado y profundo como el trotsquismo de Roures o la rojísima rojez de Cebrián. Humo de zanahorias, que diría el de El Bulli. Por cierto, presidente, que le echen de comer.


Libertad Digital - Opinión

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