viernes, 26 de febrero de 2010

Un pato cojo. Por Fernándo Fernández

LAME duck, así llaman en Estados Unidos al presidente a partir del ecuador de su segundo mandato.

Rodríguez Zapatero es lo más parecido a un pato cojo que ha producido la democracia española. No lo fueron desde luego ni González ni Aznar, aunque éste renunciara voluntariamente a un tercer mandato, porque ambos mantuvieron el control de su partido y lo que es más importante, siguieron siendo durante mucho tiempo su principal activo electoral. Zapatero está terminado, es un secreto a voces, pero precisamente por eso puede hacer un gran servicio a España. Puede convertirse en el gran estadista que el país necesita para continuar los años de prosperidad y crecimiento. O puede pasar a la Historia como el líder que precipitó la decadencia y perdió una gran oportunidad, con la complicidad de unos partidos menores más interesados en sacar tajada de su debilidad que en sentar las bases de un nuevo milagro español.

Nada en el historial de este político leonés invita al optimismo. Llegó al poder en 2004 con un país traumatizado por un tremendo atentado terrorista que fracturó a la sociedad y en vez de curar la herida, se puso a la cabeza de la media España que quería responsabilizar a la otra media para así tranquilizar su conciencia y comprar su seguridad. Se ha mantenido en el mismo con una política sectaria diseñada para aislar al Partido Popular, o sea a diez millones largos de españoles, y deslegitimar a la oposición utilizando una retórica y algunas actuaciones más propias de un caudillo de novela latinoamericana que de un gobernante democrático. Su respuesta a la crisis económica, como en política antiterrorista, el Estatuto de Cataluña o la cuestión migratoria, ha consistido en negar la realidad hasta que ésta le ha explotado en las manos. La convocatoria ayer de una reunión asamblearia para alcanzar un presunto pacto de Estado, con un guión que parece una carta a los Reyes Magos hecha por un padre torturado que omite deliberadamente los juguetes políticamente caros que sin embargo sabe sus hijos necesitan, es un nuevo ejemplo de improvisación y mercadotecnia salida de la factoría de ideas mediáticas que dirige la política española. Pero todavía puede rectificar. Precisamente porque está acabado, porque es un hombre joven condenado a la jubilación anticipada.

Las reformas que España necesita, y que se están haciendo más urgentes a medida que se complica el drama griego entre rumores de que los funcionarios del FMI y la Unión Europea consideran vacío el ajuste fiscal prometido, afectan a la naturaleza del Estado que hemos construido desde 1978. ¿Quién mejor que un presidente que es un pato cojo para hacerle un gran servicio al país y lidiar con esos miuras? Un líder con grandeza puede propiciar un gran pacto para encauzar el Estado de las Autonomías y poner coto a la erosión constante de la unidad de mercado y recuperar mecanismos de disciplina fiscal necesarios para revertir la trayectoria explosiva del gasto público. Un líder sin más ambiciones personales puede reconocer que el modelo de relaciones laborales dibujado en el Estatuto del Trabajador a la salida del franquismo está completamente obsoleto y es el principal obstáculo para recuperar la competitividad internacional. Un hombre de Estado puede fortalecer la autoridad del Banco de España para disciplinar a tirios y troyanos y forzar una reestructuración eficiente del sistema financiero. Son medidas difíciles porque lesionan gran parte de los derechos adquiridos por esas minorías políticas, económicas y sociales que supieron colocarse como ganadoras con la llegada de la democracia. También hace falta un hombre de Estado para favorecer el entendimiento y la movilidad de las élites dirigentes. No es que me fíe mucho del presidente Zapatero, es sólo que su alternativa personal es mucho peor, el ostracismo.


ABC - Opinión

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