viernes, 26 de febrero de 2010

Cuba irrumpe de nuevo en la reyerta política nacional. Por Antonio Casado

Cuba vuelve a ser un asunto interno de España. No sólo ocurre con Cuba. También ocurre con el Sáhara. Dos territorios colgados por la historia en nuestra memoria colectiva. Y si el suceso lleva carga política, como la reciente huelga de hambre de una renombrada activista saharaui, Aminatur Haidar, queda asegurado el éxito de crítica y público. Aplíquese el cuento a la muerte de Orlando Zapata, víctima de la dictadura cubana, tras una huelga de hambre de 85 días.

Quién no se lo aplicó fue el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero. Había conocido la noticia momentos antes de intervenir ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra. Sin embargo su falta de reflejos, precisamente en el lugar indicado para denunciar los atropellos a la dignidad humana, le impidió ser explícito en la condena de quienes han creado las condiciones que han llevado a Orlando Zapata a sacrificar su vida en nombre de la libertad.


A nuestra inefable derecha sin complejos le faltó tiempo para colocar a Zapatero “cerca de la dictadura cubana y lejos de sus víctimas” (Moragas dixit). Un exceso verbal ocasionalmente rentable. La enormidad sirvió para que el presidente del Gobierno compensara su falta de reflejos de anteayer en Ginebra con la contundencia de ayer en el Congreso. Ante un nutrido grupo de parlamentarios de países miembros de la UE, exigió al régimen castrista que devuelva la libertad a los presos de conciencia y respete los derechos humanos, como exigencias insoslayables de la comunidad internacional. Con veinticuatro horas de retraso dijo lo que tenía que decir.

El castrismo se lo ha puesto muy difícil a la presidencia española de la Unión Europea, que intentaba suavizar su política común a cambio de “gestos”, como diría el ministro Moratinos, en materia de apertura política y libertades ciudadanas. Pero el sacrificio de Zapata y el exagerado despliegue policial destinado a reprimir el desahogo de quienes acudieron ayer al entierro del activista, a 700 kilómetros de La Habana, no son precisamente los gestos que convienen a la política de interlocución y acercamiento propiciada por España, cuyo efecto más visible fue la reanudación de la cooperación bilateral en octubre de 2008, tras una serie de pasos previos, como la congelación en 2005, a petición del Gobierno Zapatero, de las sanciones por el encarcelamiento de 75 disidentes en 2003, Orlando Zapata entre ellos.

La doctrina Moratinos sobre Cuba siempre sostuvo que el embargo americano y la política de confrontación pregonada en España por Aznar solo sirvieron para inducir el enroque del castrismo. Y de esa tensión interna viene esta estúpida contienda doméstica donde, cada vez que el castrismo muestra su verdadera cara, como ha ocurrido ahora con la muerte de Zapata, nos dedicamos a medir la distancia entre la boca y la bocina cuando toca condenar al régimen cubano, aunque ya hace mucho tiempo que ningún demócrata cabal lo defiende.

Por el mismo precio podría abrirse otra competición para ver quién condena más y mejor la situación ilegal de los presos de Guantánamo, quién condenó más y mejor la dictadura de Franco, quién se opone más o menos a la aplicación de la pena de muerte según sea en Cuba o en EEUU, quién fue más o menos benevolente con la dictadura de Pinochet o cómo se posicionó cada uno ante la posibilidad de llevar al sanguinario general chileno ante la justicia internacional. De hecho, todavía nos enredamos de vez en cuando en semejantes carreras de sacos por ver quien es más demócrata y quien denuncia con más brío al régimen cubano.


El Confidencial - Opinión

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