jueves, 11 de febrero de 2010

Un embuste más. Por Ignacio Camacho

YA casi nadie se acuerda, por fortuna, del llamado Proceso de Paz -pronúnciese pazzzzzzz-, aquella infamia entreguista que descarriló porque a ETA le parecieron pocas las ignominiosas concesiones del Gobierno. Fue hace apenas tres años, un suspiro en la Historia, pero han pasado tantas cosas que la memoria colectiva ha guardado todo aquel oprobio en el desván de olvido donde van a parar los episodios ingratos que necesitamos relegar para seguir mirándonos en un espejo de autoindulgencia. Pero he aquí que un socialista vasco, Jesús Eguiguren, uno de los que participó en las negociaciones con los terroristas, ha subido sin venir mucho a cuento a esa buhardilla de recuerdos arrumbados y ha regresado con el escalofriante testimonio retroactivo de una gran mentira. Una más, sí, y ya irrelevante, pero una cínica, grosera, desfachatada y nada piadosa mentira.

Fue una mañana de fin de año de 2006. Cuando Rodríguez Zapatero, preguntado por la marcha de un diálogo que ya apestaba, ahuecó el tono con su mejor timbre de engolamiento y pronosticó muy solemnemente aquello -¿recuerdan?- de que «el año que viene estaremos mejor». El profeta. Menos de 24 horas después estalló la bomba de Barajas. Y ahora dice Eguiguren, al bies de otras críticas sobre su lentitud reactiva ante la recesión, que en aquel entonces «ya sabíamos todos que aquello estaba roto». Es decir, que el presidente mintió. Que a sabiendas de que todo había naufragado, de que su patético intento de tratar como iguales a los terroristas desembocaba en un triste fracaso intransigente, le dijo a la nación que las cosas iban por buen camino. Mentir: decir lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa, dice la Academia. Con intención de engañar, añadían los antiguos catecismos que no contemplaban la hipocritona reserva moral de la política. Sólo que aquella mentira tuvo, desgraciadamente, las patas muy cortas: antes de acabar el año dos inmigrantes que no sabían que todo iba a ir mejor murieron bajo los escombros del parking de la T-4. Y en su monolito conmemorativo ni siquiera se escribió la causa de su muerte. Hay omisiones que también constituyen una variante de la falacia.

A propósito o al descuido, Eguiguren ha dibujado un seco retrato moral del presidente. Un hombre que en su frívolo relativismo es capaz de mentir de un modo mecánico, natural y desprejuiciado, porque tiende a autoconcederse la propiedad adánica de construir una falsa y propicia realidad a través del embuste. Un retórico que moldea su lenguaje como el superficial adorno de plastilina de un discurso hueco, flotante, gaseoso. Un gobernante que niega la crisis con el mismo desparpajo mendaz con que anuncia la recuperación. Un político de frío utilitarismo para el que la verdad no existe como categoría ética: las palabras, dijo una vez, están al servicio de la política. Eso sí era cierto; tan cierto que define una clase de política.


ABC - Opinión

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