MARIANO Rajoy, ayer, supo estar en su sitio, al lado de las víctimas, del lado de los héroes, en tanto que Zapatero, una vez más, desertó del dolor bellacamente dejando a la decencia en cueros vivos, por no mentar los muertos. Pero el mejor escribano echa un borrón y el señor Rajoy, qué es un especialista en escrituras, a la hora de rajar se raja, o blandea, cuando menos. Bien es verdad que, a estas alturas del partido, hay lo que hay: lentejas. Si quieres las tomas y si no las dejas. Pero también es cierto que no conviene confundir pachorra con paciencia, ni dejar arrumbada la ira en astillero. La santa ira, por supuesto. Recuérdese que Job, tan recordado últimamente, nunca fue un santurrón sino un descomunal rebelde que se las tuvo tiesas con Yahvé y, lejos de resignarse, le cantó las cuarenta. Claro que cada uno es cada cual y el carácter se lleva en los adentros, aunque luego se pula o se moldee. «Quod natura non dat, Salmantica non praesta», afirma la clásica sentencia y no nos vamos a envainar un latinajo precisamente cuando viene a huevo.
«Decíamos ayer» (pasar por Salamanca sin pasar por Fray Luis sería un desdén sacrílego, ministerial y obsceno) que don Mariano supo estar en su sitio y, para que no haya dudas, lo diremos de nuevo. Así que redicho queda, porque, tras los loores, llegan los improperios. El líder del PP perdió la compostura y extravió el papel que se supone que interpreta al convertir en una fe de errores el catálogo de horrores del Gobierno. Lo que ocurrió en el bar Faisán no puede calificarse de «espectáculo» a conciencia quitada y de buenas a primeras. No se puede pedir que el pudridero de la infamia albergue a los gusanos que se han de comer los jueces. Es indigno vestir la alta traición con los harapos de la amnesia. Es de cajón (de pino) que los espectros de la farsa y la tragedia, amén de viajar en trenes diferentes, nunca coinciden en el mismo apeadero. La tesis es de Marx que se la había fusilado a Hegel: aquí -o sea, allí, en la acera de enfrente- el que no disparata, vuela.
El espíritu sopla donde quiere, pregona el Evangelio. Rodríguez Zapatero, que, además de sentar plaza de seráfico, ahora aspira a una cátedra evangélica, algo habrá de aportar a la encendida controversia -«disputatio» sería lo académico- en torno a los soplidos, los soplones, los chivos lenguaraces y los chotas a la viceversa. Porque lo del Faisán ni es un «espectáculo», ni cabe clasificarlo de historieta. Cualquier estado es capaz de perpetrar un crimen y de endosarle la factura a la defensa impropia, a la ley del Talión, a los dictados del Deuteronomio o a los de Maquiavelo. Mudan las coartadas y las condenas menguan. En el «affaire» Faisán, por contra, no existen criterio alguno que redima la pena. Al Estado, al transformarse en cómplice de la manada carnicera, le salpica la sangre derramada y la que nos abrumará si Dios no lo remedia y la virtud no vence.
Concedamos, no obstante, que las declaraciones de Rajoy -realizadas en una emisión de radio a bote tempraneo- son consecuencia de un desgraciado «lapsus micro» y no una irresponsable ligereza. Apear del cartel un espectáculo antes de averiguar la trama y el elenco equivale a prescindir de la moral y abismarse en la anomia a tumba abierta. Puñeteros micrófonos: o te apuñalan de improviso o te desnudan a sabiendas.
El espíritu sopla donde quiere, pregona el Evangelio. Rodríguez Zapatero, que, además de sentar plaza de seráfico, ahora aspira a una cátedra evangélica, algo habrá de aportar a la encendida controversia -«disputatio» sería lo académico- en torno a los soplidos, los soplones, los chivos lenguaraces y los chotas a la viceversa. Porque lo del Faisán ni es un «espectáculo», ni cabe clasificarlo de historieta. Cualquier estado es capaz de perpetrar un crimen y de endosarle la factura a la defensa impropia, a la ley del Talión, a los dictados del Deuteronomio o a los de Maquiavelo. Mudan las coartadas y las condenas menguan. En el «affaire» Faisán, por contra, no existen criterio alguno que redima la pena. Al Estado, al transformarse en cómplice de la manada carnicera, le salpica la sangre derramada y la que nos abrumará si Dios no lo remedia y la virtud no vence.
Concedamos, no obstante, que las declaraciones de Rajoy -realizadas en una emisión de radio a bote tempraneo- son consecuencia de un desgraciado «lapsus micro» y no una irresponsable ligereza. Apear del cartel un espectáculo antes de averiguar la trama y el elenco equivale a prescindir de la moral y abismarse en la anomia a tumba abierta. Puñeteros micrófonos: o te apuñalan de improviso o te desnudan a sabiendas.
ABC - Opinión
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