martes, 2 de febrero de 2010

Otro soldado español que se deja la vida en Afganistán . Por Antonio Casado

Condolencia y respeto a la familia de John Felipe Romero, 21 años, de origen colombiano. Con él ya son 91 los soldados españoles que han perdido la vida en el conflicto de Afganistán, incluidos los 62 militares muertos en el desgraciado accidente del Yak-42 ¿Por una buena causa? Lo malo es que, después de más de ocho años, está más vivo que nunca el debate sobre la verdadera motivación y los objetivos reales de la ocupación militar del país. Lo cual hace doblemente dolorosa la muerte de John Felipe y más incómodo el debate sobre si a los españoles se nos ha perdido algo en Afganistán.

En el debate se cruzan las nociones de guerra legal y guerra justa. Pero en España preferimos discutir únicamente sobre el sustantivo, con pena de ex comunión política y mediática a quienes rehuyan su utilización. Me temo que sobre el féretro de John Felipe seguiremos enredados en la bizantina discusión, amén de darle otra vuelta a la fragilidad de los BMR y, en general, a los protocolos de seguridad de nuestros soldados.

Poco más se puede hacer o decir sobre la lamentable muerte del soldado en atentado terrorista, salvo adherirnos al concepto de “guerra justa” defendido por Obama cuando en Oslo le saludaron como príncipe de la paz. Y enriquecerlo con las tesis del realismo cristiano de Reinhold Niehburg, de enorme influencia en el pensamiento contemporáneo de Estados Unidos, ahora que Rodríguez Zapatero ha sido invitado de los creacionistas al Desayuno de la Oración.

Solo nos queda invocar las generales de la ley y consolarnos con el respaldo de la ONU a las dos operaciones militares puestas en marcha en Afganistán tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001: la unilateral norteamericana (Libertad Duradera) y la multilateral coordinada por la OTAN. España apoyó la primera y se sumó a la segunda junto a otros treinta y siete países. La primera (resolución 1368, de 12 de septiembre de 2001), con la misión de detener al líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, y desmontar el talibanismo. La segunda (resolución 1378, de 14 de noviembre de 2001, que dio lugar a la ISAF), con la misión de estabilizar y reconstruir el Estado en colaboración con los afganos.

En esas coordenadas encajan los compromisos de España con la comunidad internacional en nombre del multilateralismo y la Carta de las Naciones Unidas. Pero el fracaso ha quebrado esas coordenadas. ¿Qué pasa cuando no se cubre ninguno de los objetivos fijados para las dos operaciones después de más de ocho años? Pues que las opiniones públicas de los países concernidos se preguntan si vale la pena seguir arriesgando vidas y recursos en Afganistán, mientras que sus Gobiernos, incluido el español, apuestan por un cambio de estrategia liderado por EEUU, que ya ha decidido ampliar su contingente militar en 30.000 efectivos, pedirles a sus aliados que también aumenten los suyos y dar por terminada la tarea en julio de 2011.

El argumento es cuantitativo. Más tropas como único resorte operativo que garantice el orden y la seguridad suficientes para dejar el país en manos del Ejército y la Policía afganos dentro de 18 meses. Difícil acomodo mental tiene ese argumento en un país, el nuestro, cuyo sacrificio en vidas humanas ocupa un amargo cuarto lugar. Sólo por detrás de EE. UU, Reino Unido y Canadá. Sin embargo, la ministra de Defensa, Carmen Chacón, contará con un holgado apoyo parlamentario cuando dentro de unos días reclame la correspondiente autorización del Congreso para el envío del nuevo contingente a Afganistán (510 efectivos).


El confidencial - Opinión

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