miércoles, 10 de febrero de 2010

Inmóviles. Por Ignacio Camacho

CUANDO sólo un 30 por ciento de los ciudadanos mantiene la confianza en Zapatero -el dato es aún más demoledor al revés: más de un 70 por ciento desconfía de él-, la lógica de los vasos comunicantes debería otorgar a Rajoy una expectativa de clamorosa mayoría, muy superior a esos cinco o seis puntos que le pronostican las encuestas más optimistas. Así ocurre en la Gran Bretaña de Brown, donde todo el mundo sabe desde hace tiempo que el brioso David Cameron ganará con holgura las elecciones en el momento en que sean convocadas, al punto que el líder tory ha sido investido de la condición virtual de «primer ministro a la espera»: instalado en la antesala del gobierno hasta que el pueblo y la reina lo llamen a ocuparlo. En España el jefe de la oposición también está esperando, pero lo que espera es que el zapaterismo se hunda del todo para alcanzar el poder con el brinco leve y comodón con que saltaba a tierra el pirata Jack Sparrow. Y esa actitud algo apoltronada, más propia de un heredero inevitable que de un conquistador proactivo, provoca en la opinión pública un sentimiento bastante más parecido a la resignación que al entusiasmo. Cansados de un seductor al que se le ha marchitado el encanto, los españoles bostezan ante una alternativa sospechosa de displicencia.

En la personalidad de Rajoy es fácil confundir la paciencia con la falta de ambición, lo que genera en torno a su imagen una aureola de cansina parsimonia que contrasta con la alarma que el propio PP siembra sobre el evidente estado de emergencia socioeconómica. Cuando descarta una moción de censura no se sabe muy bien si es porque no la puede ganar o porque teme hacerlo. Prudente hasta la exasperación, el líder del centroderecha se ha situado en una actitud de denuncia contemplativa que para muchos ciudadanos equivale a sentarse a esperar que el Gobierno le caiga delante como una fruta no madura, sino pasada.

La otra clave del «impasse» o bloqueo político reside en la inmovilidad trincheriza de un electorado con altísima tasa de fidelidad. Rajoy entusiasma poco a los suyos y nada a los indiferentes, pero en cualquier caso no puede soñar con que los decepcionados votantes socialistas se pasen a su bando. Esos trasvases sencillamente no ocurren en nuestro cuerpo electoral porque los vasos comunicantes sólo se comunican a través de la abstención; la única posibilidad de triunfo del PP es que la desconfianza hacia Zapatero desmovilice a sus huestes y las deje en su casa el día de las urnas. Pero quedan dos años y el presidente no tiene pinta de regalar ni una semana; se ha reinventado tantas veces a sí mismo que aún confía en la enésima resurrección. Él piensa resistir; la cuestión es cuánto aguantará un país en quiebra que desconfía tanto de un gobierno que puede gobernar pero no sabe como de una oposición que acaso sepa pero no puede... ni parece muy ansiosa de hacerlo.


ABC - Opinión

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