
Un líder responsable tendría que sentirse obligado a interpretar los votos que le respaldan y sostienen en el poder. Especialmente cuando su mayoría es minoritaria y presenta notables agujeros de apoyo en muchos de los territorios del Estado, el ámbito de su ejercicio. Todos los votos tienen mensaje -«recao», como dicen los castizos- y entenderlos es la clave de una política sensata y atenta a la demanda de la sociedad a la que se debe. No hacerlo da pie a disparates como el de la renovación de la Ley del Aborto que tiene soliviantados a muchos de quienes le votan y a quienes se niega a interpretar.
De no ser por el mucho daño que le viene haciendo a la Nación y al Estado, Zapatero sería un personaje para las más admirativas crónicas de la excepcionalidad. Es verdaderamente único. Ha sido capaz de formar y mantener un Gobierno con docena y media de miembros y miembras con menos seso y enjundia que los maniquíes que utilizan en los escaparates de Zara y ahí está. Impertérrito y en arrebato de pudibundez después de perder unas elecciones, por europeas que fueren, y con auténticos brotes verdes de contestación y disgusto en todos los ámbitos del PSOE. Hasta sus dos mayores inventos, aptos para un museo de los horrores políticos -Blanco y Pajín-, andan enzarzados entre sí y son una buena muestra de la situación. No es del todo democrático el desprecio que Zapatero proyecta en Mariano Rajoy y en el PP; pero lo es menos todavía, y habría que averiguar por qué se lo aguantan, el que manifiesta por los suyos y con mayor saña y abundancia cuanto mayor es su inteligencia y el respeto que han conseguido atesorar. No parece que sea un derivado del pudor.
ABC - Opinión
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