Felipe González, al que según el fatum establecido ha hecho bueno Zapatero, ha salido de su letargo y, quizás viéndose presidente de la UE si terminan por cuajar los supuestos de Lisboa, colea de nuevo. Lanza al aire buenos consejos basados en la experiencia y, de vez en cuando, con la distancia que adornan las canas, le arrea un palmetazo a su poco aventajado alumno socialista, demoledor secretario general del PSOE y lamentable presidente del Gobierno. A González, como a cualquiera que sepa de lo que habla, le inquieta que los planes para combatir la crisis que maneja el Gobierno «no sean claros» y apunta los muchos riesgos que conlleva la obsesión de Zapatero de asirse a los agentes sociales para no caerse.
Cuando el que viene es de color y militancia distintos del que se tiene que ir, se hace difícil la comparación. José María Aznar no podía hacer ni bueno ni malo a González porque ambos encarnan dos opciones políticas y económicas muy diferenciadas. Rajoy todavía no es el que vendrá y de ahí que el contraste de Zapatero nos lo proporcione su predecesor socialista y no su sucesor. Lo que el sevillano ha dicho de la central nuclear de Garoña y su escéptica valoración de las energías alternativas que, sin reparar en gastos y viabilidades, tanto entusiasman a los verdes, demuestra que el sentido común puede, y debe, ser previo a cualquier postura partidista. Pero, ¿cómo se le puede explicar algo así a quien no tiene mayores fundamentos en el magín que los acuñados por la progresía rampante?
ABC - Opinión
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