Muchos le van a creer, aunque él no sea el primer convencido. Escribió José Saramago que "la derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva". Pero los políticos no son como los escritores, que trabajan para el largo plazo, incluso para pervivir después de su muerte. Los políticos luchan para alcanzar el poder cuanto antes y una vez conquistado para poner todas las barreras posibles antes de que se lo quiten. El escritor vive en un mundo de sueños inventados, pero el político, al menos los sucesivos inquilinos de La Moncloa, se enroca en su torre de marfil real o imaginaria y se resiste a ver la realidad de la calle. Al menos eso pasó con Suárez, con González, con Aznar y está pasando con Zapatero. ¿Tendríamos que prohibir las reelecciones para asegurarnos de que, en lo bueno y en lo malo, nunca serán más de cuatro años?
Después de las batallas, cuando hay vencedores y vencidos, los estrategas vencidos analizan los resultados y rinden cuentas. No es preciso que se desnuden ante los ganadores, pero al menos deben reconocer que han fallado en algo. Tampoco los ganadores deben alardear excesivamente de algo que no ha sido sólo virtud suya sino error ajeno. Decía Borges que "la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce". Borges es grande y lo seguirá siendo cuando nadie se acuerde de Zapatero y de Rajoy, pero algo no debe ser exactamente así, por cuanto todos los políticos, y los que no lo son, cambiarían una derrota mínima por una victoria pírrica.
Periodista Digital - Opinión
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