sábado, 6 de junio de 2009

¿QUE VOTAMOS MAÑANA?. Por José Manuel de Prada

LA campaña de las elecciones europeas ha discurrido en «clave nacional», afirman los analistas políticos. ¿Y qué significa eso de «clave nacional»? Pues básicamente significa que los dos partidos establecidos se han repartido el bacalao, que consiste en asegurarse el voto de sus hinchas y la abstención de quienes no se incluyan en esta categoría cerril. Para ello, arrojan sobre el adversario un alud de descalificaciones que lo presenten como epítome de todas las calamidades; y evitan que entre el alud de descalificaciones se cuele, ni siquiera por casualidad, cualquier atisbo de debate sobre la idea de Europa. Así, por ejemplo, causa pasmo que los candidatos de los partidos establecidos no hayan dedicado ni un instante a un asunto tan medular para el futuro de Europa como el posible ingreso de Turquía en la Unión; y causa pavor que los hinchas de uno y otro partido no les demanden una postura sobre este extremo. Pero de lo que se trata precisamente es de que los hinchas se mantengan entretenidos, cerrilmente entretenidos, mientras mordisquean la carroña de descalificaciones que uno y otro partido dedican al adversario.

Pero, ¿qué demonios les importa a los hinchas el ingreso de Turquía en la Unión Europea? Para importarles, primero tendrían que saber lo que fue la batalla de Lepanto; pero la batalla de Lepanto es una cosa muy facha que no creo que se estudie en la ESO, o si se estudia será convenientemente rebozadita de delicuescencias disparatadas y políticamente correctas, al estilo de las que Obama mete en sus discursitos. Tampoco creo que se estudie, por cierto, el funcionamiento real de las instituciones de la Unión Europea, tan descaradamente antidemocrático; porque si se estudiara hasta el hincha más cerril llegaría a la conclusión de que su voto sólo sirve para apuntalar una espantable maquinaria burocrática donde los partidos establecidos colocan a los suyos... para que entre todos se perpetúe la maquinaria. En otras épocas, el ideal de una Europa unida lo encarnaron Carlomagno o Carlos V; hoy ese ideal lo encarnan los burócratas que los partidos envían a Bruselas o Estrasburgo. Y si el sueño de aquellas mentes excelsas era resucitar la grandeza del Imperio Romano a través de una federación natural y religiosa de Estados, el sueño de estas mentes burocráticas es constituir una suerte de imperio persa dividido en satrapías que asegure el mantenimiento de los partidos establecidos... y de los mercaderes que los respaldan.

Los transportes y la tecnología han achicado el mundo. Pero no es lo mismo arrimar los cuerpos que acercar los corazones. Y la Unión Europea constituye una prueba evidente de este aserto: falta el corazón que sirve de argamasa a las uniones verdaderas; y, a falta de corazón, a los partidos establecidos sólo les resta defender sus intereses de sátrapas... después de escenificar disensiones, para regocijo de sus hinchas. A quienes no se incluyen en esta categoría cerril se les invita a la abstención, puesto que las formaciones que podrían representar ese acercamiento de los corazones son condenadas a la irrelevancia mediática. Lo que salga de estas elecciones no será sino una falsa unión sin corazón; y todos sus intentos por perpetuarse serán igualmente infructuosos. Pues, como dice el salmista, «si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles». Y, como la Unión Europea es una casa sostenida sobre cimientos de arena, correrá el mismo destino que en su día corrió la torre de Babel, que es el fin que corresponde a todo proyecto de fraternidad universal que prescinde de una paternidad común. Pues a quienes edifican sobre el vacío, el vacío acaba engulléndolos en su seno. Podrán dilatar su fin diez o cien años; pero todos sus afanes por dilatarlo no serán sino esfuerzos baldíos por mantener en pie un organismo sin corazón.

ABC - Opinión

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