miércoles, 10 de junio de 2009

CUANDO PRIMA LA FARSA. Por Gabriel Albiac

LA conjunción planetaria no fue feliz para la astróloga Pajín: es lo que tiene abandonarse a los furores zodiacales. «Para arrebatar todo crédito a los astrólogos -anotaba, en el siglo XVI, Guicciardini- bastaría con imponerles que, junto a sus predicciones para el año que viene, reeditasen las que hicieron el año pasado». Pero la perfección del Matrix en el cual vivimos es su potestad de borrar el disco duro. Aun en lo sucedido hace un segundo. Diez días atrás, el CIS garantizaba un voto masivo. El domingo votó un masivo 46 por ciento. Dio igual. Igual, que el PSOE perdiera. Retornó la astróloga: el español era el mejor librado de los partidos socialistas europeos. Y todo retornó al orden.

Las palabras inventan realidad a la medida. «Socialista» es una de las más enigmáticas de esta neolengua, a través de la cual transita lo político. Partido Socialista fue sinónimo de revolución en el siglo XIX: en su corriente mística («socialismo utópico») como en la ascética («socialismo cientifico»). El primer tercio del XX desintegró el concepto. Que pasó a significar cualquier cosa: «socialdemocracia», «nacional-socialismo», «socialismo revolucionario«... Acabada la segunda guerra mundial, de su contenido quedaba, en rigor, nada. Había grandes partidos comunistas -Francia, Italia, Grecia y, en función de la dictadura, España-. Grandes partidos conservadores. Y un relente de vieja socialdemocracia en el centro y el norte del continente y en la Gran Bretaña.

El PSOE fue calcado sobre el modelo del PS francés. Que es un partido recientísimo. Tanto como para haber sido fundado en el Congreso de Issy, en julio de 1969. Mediante decapitación de la organización socialista histórica: la marginal SFIO de hombres tan honrados, y ya tan anacrónicos, como Pierre Mend_s-France. Para alzar sobre sus ruinas el instrumento personal de un hombre ni anacrónico ni honrado. Letal, sí. Nacido a la política en la cantera fascista de La Rocque y La Cagoule. Funcionario de Vichy hasta el 43. Resistente, luego. Ministro de adscripción variable en la IV República. Damnificado por De Gaulle, quien lo juzgaba indigno. François Mitterrand: de vocación, superviviente. En torno suyo, se teje la marca PS, que se zampó a los mayoritarios comunistas. El partido dura lo que el Jefe duró. Extinto en 1995, del PS quedan las siglas. Y una voraz herrumbre, culminada este domingo.

Como un calco suyo, el PSOE español nació en las vísperas de 1975. Birlando siglas dignas a honorables ancianos ya anacrónicos. Sumando dinero exterior y demagogia interna. Aglutinando a quienes barruntaron la gran máquina de promoción material y social que era aquello. Sin más factor de identidad que un Jefe, por encima de escrúpulo moral, bagaje intelectual e ideología. Felipe González fue, en versión no muy alfabetizada, el Mitterrand hispánico. Con aquel mágico toque de PRI mexicano, que prometía medio siglo de poder hermético. Que, pese al robo de Filesa; que, pese a los secuestros, desapariciones, asesinatos de los GAL, su caída tardara tanto, es signo de lo bien trabado del negocio. Y de lo hondo que enraizaba en la conciencia española: que político es igual a mala gente; que, cuanto peor, mejor. Para medrar a su abrigo.

Hoy, el PSOE pervive. Al revés de lo que sucede en Francia. No hay enigma. La fortaleza de interés y corrupción que ha alzado, parece inexpugnable. Europa se repliega en una aburrida normalidad que la política española -pasado el espejismo Aznar- no conoce: el fracaso conservador aquí reside en eso. Prima la farsa. Y un partido estrafalario. Almodóvar, Pajín, Sinde y Zeja: remake tonto de Tod Browning.

ABC - Opinión

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