El fragmento sometido a análisis textual era un informe sobre los jóvenes y la política, feliz compendio doctrinal de la flamante minerva del zapaterismo, pero con probabilidad mecanografiado por algún escribiente del Ministerio. Lástima de prosa administrativa que ha privado a la muchachada estudiantil de los espontáneos dones expresivos de su autora; el pensamiento bibianesco brilla en su esplendor a través de la expresión oral, cuando toda su frescura posmoderna ilumina hallazgos de preclara originalidad precursora como el de las «miembras», abre horizontes inexplorados del discurso metafísico sobre la condición existencial del ser humano o deroga la oscura terminología científica para hablar de «ponerse tetas» con el atrevido desparpajo de la cotidianeidad más coloquial. El versátil lenguaje de Aído se empequeñece encorsetado en la frialdad estilística de los documentos oficiales; su potencial rompedor, su arrolladora insolencia iconoclasta, su audacia «destroyer» se expresa con mucha más desenvoltura en la improvisación verbal que la ha lanzado con toda justicia al estrellato del firmamento humanístico.
Tal como lo han recibido los perplejos examinandos, desnudo del luminoso ropaje verbal de las bibianadas, el escrito no debe de requerir un comentario demasiado prolijo. Pocas ideas en una carcasa verbal ramplona, burocrática y gris, llena de términos políticamente correctos y expresiones de modernidad líquida. Sin duda se trataba de eso: de una solapada, tortuosa manera de mostrar a la muchachada la estéril vaciedad del esfuerzo que supone enfrentarse a un texto en castellano. Se ve de lejos la intención torticera. Porque en catalán pusieron un complejo poema de Carner en vez una soflama parlamentaria del egregio Tardá o un esclarecido dictamen de Benach, el honorable jardinero.
ABC - Opinión
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