En una ocasión anterior Bibiana ya había justificado que las muchachas de dieciséis años pudiesen abortar sin consentimiento paterno, puesto que también pueden casarse y tener hijos. La banalidad del mal se permite sin empacho estos sofismas. Pues lo que el derecho reconoce al permitir a una muchacha de dieciséis años casarse y tener hijos es precisamente que una expresión tan vigorosa de la naturaleza humana como es el deseo de fundar una familia no se someta estrictamente al criterio de mayoría de edad legal. Pero esta excepción legal, fundada en la naturaleza, servía a Bibiana para justificar una excepción fundada en la abolición de la naturaleza, pues nada hay tan contrario a la naturaleza como que una madre «decida» aniquilar la vida que se gesta en su vientre. Los sofismas que se permite la banalidad del mal acaban, sin embargo, mostrando sus costuras; y ahora Bibiana justifica que las chicas de dieciséis años aborten, puesto que también pueden «ponerse tetas». Aquí el deslizamiento de la racionalidad ética es todavía más brutal -más risueñamente brutal-, puesto que el aborto es comparado con una mera operación de cirugía plástica; y el feto reducido a la categoría de adiposidad o verruguilla insignificante que el bisturí saja, por un quítame allá esas pajas.
Algunos ilusos, para oponerse al aborto a mansalva que pretende instaurar el gobierno, repiten bobaliconamente: «El aborto es una tragedia, no un derecho». Pero, para que haya tragedia, tiene que haber desgarradores conflictos de conciencia. Y lo que la banalidad del mal preconiza es exactamente lo contrario: no pueden existir desgarradores conflictos interiores allá donde la racionalidad ética ha sido previamente abolida. El aborto entendido a la manera bibiánida es algo tan banal, tan trivial, que no requiere desgarros interiores; tampoco, por cierto, una especial impiedad o sadismo. El aborto entendido a la manera bibiánida es como «ponerse tetas»; del mismo modo que, para aquel grisáceo oficial alemán, agilizar el transporte de judíos era como tramitar un ascenso. Esta patología, encumbrada al rango de normalidad, nos está hablando del individuo extirpado de su racionalidad ética; esto es, del individuo inmerso en el paraíso totalitario. Sin tetas no hay paraíso, nos asegura una de esas series televisivas que triunfan en el Mátrix progre; y con bombo tampoco, añade risueñamente Bibiana.
ABC - Opinión
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