Así las cosas, y sin que hasta el momento los tribunales hayan puesto a la oposición en más apuros de los que ya sufría, queda una semana muy dura en la que se va a jugar sucio. El presidente ha enviado a los españoles una carta inaceptable en la que rompe sin rubor el Pacto de Toledo para empavorecer a los más desavisados con el fantasma de las pensiones. Sus consejeros le han aconsejado espaciar sus apariciones mitineras para que no le salpique demasiado el previsible descalabro, como ocurrió en Galicia. Y los estrategas más inteligentes del Gobierno empiezan a deslizar un mensaje más sutil, que trata de desestabilizar a Rajoy ante sus propios partidarios. Comparan la ventaja de los sondeos, entre tres y cinco puntos, con los diez que sacó Aznar en el 94 para minar la confianza de la base social de la derecha, y concluyen que si con estas circunstancias sociales el gallego no es capaz de infligir al Gobierno un revés abultado nunca logrará vencerlo en la hora decisiva. Incluso los críticos internos más conspiradores saben que es argumento escaso para un ataque serio; entre los socialistas suena a justificación anticipada del varapalo.
En las campañas electorales, el PSOE suele crecer siempre más que su adversario, pero esta vez tiene un serio problema para colocar mensajes porque se pierden entre la humareda del Falcon, el escándalo de la hija de Chaves, la alarma de la gripe A y las «bibianadas» de Aído, que ha irrumpido en escena por su cuenta con sorprendente inoportunidad y previsible falta de criterio. Blanco y Rubalcaba, los más listos, adoptan perfil bajo amparándose en sus responsabilidades de Gobierno. Nada está escrito aún, pero da la impresión de que la nomenclatura socialista está buscando coartadas ante la hipótesis plausible de un severo fracaso.
ABC - Opinión





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