martes, 19 de mayo de 2009

OBAMA Y EL MILAGRO DE LA PAZ

AL presidente estadounidense, Barack Obama, le apremia la prisa por intentar resolver el conflicto entre israelíes y palestinos. Ninguno de sus predecesores ha sido capaz de deshacer el nudo del problema, puesto que, por una u otra razón, los avances se perdían en la siguiente explosión de violencia. Lo mejor que ha hecho hasta ahora Obama es precisamente empezar cuanto antes a trabajar sobre este asunto, porque aún está prácticamente intacto todo su impulso político y tiene más probabilidades y tiempo por delante. El de Oriente Próximo no es un problema sencillo, y nadie discute que se ha convertido en el pretexto más importante para los que azuzan el resentimiento de millones de árabes y musulmanes de todo el mundo. Son ya muchas generaciones de árabes y de israelíes las que han vivido bajo la espesa sombra de la guerra y, lejos de agotarse, unos y otros vuelven a encontrar argumentos para seguir apostando por la violencia. La necesidad de resolver este conflicto no es sólo prioritario para sus protagonistas, sino que se trata claramente de una cuestión vital para la seguridad de Estados Unidos y de Europa.

El actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, es poco partidario de un acuerdo con los radicales palestinos de Hamas, cuya intervención en todo el proceso les ha convertido en actores esenciales a pesar de estar en la lista de grupos terroristas. Cuando salió ayer de la reunión con Obama, Netanyahu aseguró que estaba dispuesto a reanudar las negociaciones, aunque sin aclarar si abandona sus reticencias a la tesis de los dos Estados, teniendo en cuenta que quienes controlan de hecho al campo palestino siguen negándose a reconocer la existencia de Israel. Después del fracaso de los últimos intentos de negociación, la situación ha vuelto a hundirse en arenas movedizas: Israel no quiere ceder mientras se sienta amenazado por las aspiraciones nucleares de Teherán, y Hamas le da la razón insistiendo en que su objetivo es precisamente eliminar al estado de Israel y no reconocerlo. En estas circunstancias, la única opción para Obama sería ofrecer a Israel las garantías de seguridad que necesita, teniendo en cuenta que para ello tendría que mirar a los palestinos en el papel de enemigos directos, exactamente lo contrario de lo que el presidente norteamericano está tratando de conseguir.

En varias de sus primeras singladuras políticas, Obama está descubriendo que hay una gran diferencia entre el «yes we can» de la campaña y lo que realmente puede hacer desde el despacho oval. Sus primeros mensajes conciliadores hacia Irán no han sido contestados con el mismo espíritu, y Netanyahu ha ido a Washington preparado para resistir las presiones de la Casa Blanca. La experiencia demuestra que lo que un presidente norteamericano puede hacer para cambiar esta dramática espiral es más bien poco, pero eso no impide que medio mundo esté convencido de que si alguien puede hacer algo es el líder de la principal potencia del planeta. El presidente norteamericano es probablemente el hombre más poderosos del mundo, pero, por ahora, todavía no tiene la capacidad de hacer milagros.

ABC - Editorial

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