
El PNV ha abandonado el poder después de haber gobernado sin escrúpulos: pasó de la coalición con los socialistas hasta 1998 al pacto de Estella con ETA, ese mismo año. Los ahora denunciantes del frentismo españolista apostaron por el frentismo soberanista, una asociación de intereses recíprocos con el entramado proetarra y la agitación constante del enfrentamiento con el Estado. Esta estrategia ha fracasado, por la ley y por las urnas, y volverá a fracasar si el PNV pretende mantenerla como guión de su oposición. Quieran o no, los líderes de Sabin Etxea tendrán que decidir cómo afrontar este mandato en la oposición y qué hacer para recuperar el gobierno autonómico, aunque incurrirían en un exceso de confianza si piensan que la sociedad vasca será dentro de cuatro años la misma que ahora. Un mandato de gobierno eficaz, integrador, firme en la defensa de las libertades y contra ETA, reformador de los medios de comunicación, la educación y la política lingüística, puede convencer a muchos vascos de que el nacionalismo es prescindible y que su nivel de vida y su tranquilidad personal -ese bienestar con el que el PNV traficaba adhesiones- se mantiene con otros gobiernos, y sin el coste del silencio ante ETA o ante la marginación de los no nacionalistas.
Desde el lado del nuevo gobierno vasco y de la mayoría que lo apoya hay una lección histórica importante para aprender. El PNV dio paso al moderado Josu Jon Imaz cuando tenía enfrente a un gobierno, el de Aznar, que no cedió. Imaz tuvo que irse cuando el gobierno de Zapatero frivolizó con el radicalismo nacionalista. Sin nuevas concesiones al PNV radical y desquiciado será más fácil que este partido entre en la sensatez democrática.
ABC - Editorial
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