viernes, 3 de abril de 2009

¡Qué diferencia! . Por Alfonso Ussía

Ahí la tienen. Sonriente, clara, guapísima. Detrás de esa sonrisa, esa claridad y esa belleza, hay mucha inteligencia, mucho tesón y mucha valentía. Se llama Arantza Quiroga, y a partir de hoy, ocupará la presidencia del Parlamento vasco. Tiene marido y cuatro hijos, ha sido concejal y parlamentaria, y su vida breve y brillante ha estado acompañada de la amenaza, de la muerte, del dolor y de la indefensión. En el fondo, -que estos nacionalistas no se enteran de nada-, lo que han hecho el PSE y el PP con Arantza Quiroga es homenajear a Sabino Arana. El fundador del nacionalismo vizcaíno, poco partidario de los guipuzcoanos y nada respetuoso con los alaveses, escribió que los vascos eran infinitamente más guapos y gráciles que los «maquetos», que se traduce por españoles. Posteriormente, Sabino Arana se casó con una chica no muy agraciada y viajó a Lourdes para pasar su luna de miel, que no fue nada del otro mundo. El milagro no se produjo y no tuvo herederos. Cuando Sabino falleció, la viuda se casó con un guardia civil, y sin necesidad de ir a Lourdes, se hartó de tener hijos.

Pero me estoy escapando de mi propio artículo. He seguido con interés la estética del llamado «abertzalismo» femenino en las últimas décadas. Abundante fealdad en las mujeres amantes del hacha y la serpiente. Ahí tienen a «las Nekanes», también conocidas como «las feas». Y el PNV, que es un partido muy anclado en su joven ayer y descaradamente machista, no ha promocionado a sus mujeres, exceptuando a Miren Azcárate e Idoya Zenarruzabeitia, a las que presento mis respetos aunque ninguna de las dos responda a las exigencias estéticas de Sabino Arana. Y cuando la multitud se empezaba a preguntar si Sabino Arana estaba equivocado con la belleza de los vascos y la fealdad de los españoles, surge Arantza Quiroga, que es tan vasca como él y tan española como Curro Romero. Ya puede descansar tranquilo el atribulado fundador del nacionalismo. Si son como Arantza, los vascos son guapísimos. Y esa sonrisa abierta la mantiene a pesar de haber vivido con la angustia de los perseguidos durante años. Y esa sonrisa la mantiene a pesar de haber sido objeto de toda suerte de amenazas e insultos. Y esa sonrisa la mantiene a pesar de haber visto con sus ojos de mujer joven los cadáveres destrozados de muchos inocentes asesinados por la ETA. Los frutos que caen del árbol de Arzallus cuando alguien mueve su tronco. Y en esa sonrisa hay alegría, pero también decisión. Y luchará para que ningún vasco sufra, a partir de ahora, lo que han padecido ella y los suyos. Que esa es la diferencia ética, además de la estética. Unos incluyen y reúnen y los otros excluyen y separan. Los segundos, que se preparen para ser respetados por los primeros durante cuatro años en la oposición. Si, respetados. No excluidos, no obligados a moverse por su tierra vigilados por escoltas. No inducidos y discriminados hasta el límite de la resistencia. Los vascos aguantan y ahora han ganado muchos que se creen perdedores. Se verá en el futuro. Y Arantza Quiroga ahí, la estética del cambio. ¡Qué diferencia!

La Razón - Opinión

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