miércoles, 4 de febrero de 2009

«Memento mori». Por Gabriel Albiac

Mentir ayuda sólo a ganar elecciones. Y a hundirnos, cada vez más en el fondo de la ruina

Volver a la pobreza no me asusta. Nací pobre. La crisis nos pone ante la verdad; esa que, aun conociendo, hacíamos como que no iba con nosotros. La verdad: que hemos vivido todos por encima de nuestras posibilidades. Todos. Y que fingir riqueza es agradable, desde luego, pero acaba por tener que ser pagado. Y que fingirlo durante cuarenta años implica un pago largo y doloroso. La fiesta ha terminado. Toca pagar las excesivas copas. Y las carteras de los comensales están vacías; más que vacías: hinchadas de pagarés hipotecarios. «Memento mori». Se acabó la juerga. Así funciona esto. Así funcionará siempre. Si es que hay «siempre». El capital no es un platónico demiurgo, cargado de saber y artesanía. Es una red muy refinada de automatismos, que el mercado compone y sobredetermina: esto es, somete a causación múltiple, componiendo vectores no siempre identificables.


Y leer al Marx posterior a 1867 ayuda bastante a entender por qué ningún juicio moral cabe superponer sobre las crisis, que, al fin, no son sino el reajuste general que corresponde a las disfunciones acumuladas a lo largo de un ciclo: tantas más cuanto más larga haya sido la fase de ascenso. Es estúpido mentir sobre estas cosas. Nadie es el responsable de un tornado, o de un tsunami, o de un maremoto. Sí lo es de mentir, si llama al tornado suave brisa, paraíso de surfistas al tsunami, o al maremoto tibio jacuzzi. Los ciclos económicos no están menos determinados que los naturales. Muere aquello que vive. Si no nos hemos quejado de que el ciclo expansivo que se abrió en 1948 haya durado -con las correspondientes ondas menores- sesenta años, difícilmente se entenderá que nos quejemos de que el ciclo de caída y reajuste se prolongue: veinte años duró el abierto por 1929. Ante una depresión económica -y esto es una-, caben dos actitudes. La primera, esta vez, se manifiesta en la respuesta de las autoridades norteamericanas: con Obama como con Bush. Constatar la realidad como es: catastrófica. Hacer explícito que no se saldrá de ella, en ningún caso, deprisa ni sin bajas. Decir inequívocamente lo que viene: la destrucción de buena parte de aquello sobre cuya prosperidad hemos vivido. No engañar: somos muchísimo más pobres que hace sólo un año y medio; somos pobres. Y aceptar que de aquí sólo se sale, si se sale, en una áspera travesía del desierto que pasa por la drástica reducción de nuestro nivel de vida. En el mejor de los casos -o el menos malo-, serán muchos los que perecerán -«pereceremos», sería más justo- en el camino. La otra actitud se llama Zapatero. Consiste en sólo mentir. Más de siete mil personas pierden su empleo en España cada día; multipliquen, sumen y obtendrán la cifra que aguarda al cabo de 2009. Media estructura -me quedo corto- de las cajas de ahorros está podrida y es irrecuperable. La construcción, kaputt. El turismo agoniza. ¿El automóvil? En el tanatorio. Pero el Presidente del Gobierno miente. Habla de recuperación. Para marzo, diciembre¿ Como habló primero de pleno empleo, de no contemplar la existencia de crisis, de nuestra ejemplar solidez bancaria... Todo mentiras. Sólo mentiras. Que ganan elecciones.

La Razón - Opinión

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