
Hay días que amanecen tristes y lánguidos para quien está obligado a escribir una columna. Otros, en cambio, ofrecen una desproporcionada riqueza de necedades y majaderías para elegir. Hoy se podría escribir de la pavorosa -huid, vascos, huid-, valoración que ha establecido el Gobierno vasco para admitir médicos en la Sanidad autonómica. Hablar el vascuence puntúa el triple que un doctorado y diez años de cátedra. Merece comentario, una vez más, la imprevisión del Ministerio de Fomento con la nieve. «Es preciosa», como dice Magdalena Álvarez, pero caótica. Me pregunto qué harán en Helsinki, que nunca se paraliza la ciudad y nieva constantemente durante meses.
Son merecedoras de comentario las declaraciones del errante consejero-delegado de Tele-5, el «Egreggio signore commendatore dottore Paolo Vasile», que manifiesta en «El Mundo» que nadie del Gobierno llama para presionar y que es mucho más agobiante la relación con la Casa Real. Vamos a ver, Egreggio signore commendatore: el Gobierno, en cuestiones informativas, no puede presionar a Tele-5 porque nadie presiona a los suyos. Y el nivel de grosería, procacidad, falta de respeto e inmundicia alcanzado por Tele-5 en sus ataques a una Institución mayoritariamente querida por los españoles, la Corona, es más agobiante para la Casa Real que para Tele-5. Después se repasa la relación de los accionistas de Tele-5, y la sorpresa es mayúscula. Pero la majadería del día la ha protagonizado, una vez más, el portavoz en el Congreso de la mayoría de dos escaños de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares. A Llamazares siempre le han importado las cuestiones trascendentales, y nunca las superfluas. Ahora ha pedido al Gobierno que «Radio Nacional» cambie de denominación porque lo de «Nacional» tiene evidentes connotaciones franquistas. La desmesurada sandez de Llamazares puede servir para explicar porqué heredó una coalición con veinte escaños y al cabo de los años, gracias a su tesón y a sus propuestas, ha reducido la representación a dos. En la II República, todo lo que había sido «Real» pasó a llamarse «Nacional», hasta el Palacio Real mismo, y esa denominación republicana se mantuvo oficialmente durante el franquismo. Pero esto es lo de menos. Lo de más es que este señor tan raro se dedique a estas cosas, que nada les importan a los que tuvieron la amabilidad de votarlo, aunque fueran pocos. Si todo lo «Nacional» es franquista y hay que cambiar su nombre, tenemos trabajo para rato. Y como broche final, la pamema de los «Goya», el festolín de los beneficiados con el dinero de nuestros impuestos. Un conocido director, cuya identidad me reservo para que pueda seguir dirigiendo más películas, me confesó que el mundillo del cine español es como un ombligo al que todos quieren acceder, no para hacer cine, sino negocios. Un ombligo más nutrido de frescos que el camarote de los Hermanos Marx. Me emocionó vivamente el «Goya» a Penélope Cruz por su trabajo en «Vicky, Cristina, Barcelona», la peor película de Woody Allen con diferencia y la más pésima en su interpretación. Y ganó Nadal. Algo es algo.
La Razón - Opinión
2 comentarios:
Quitar la palabra 'nacional referente a España' porque con Franco se decía, (aunque antes también), por ese mismo principio hay que quitar la palabra España, (esa propuesta es para después).
De esa manera se potenciaria las 17 'nacionalidades' inventadas después de Franco.
Se le ha visto el plumero.
Llamazares es Antonio Robles a "el bambas", pero con más caché y en la "capital": una babucha mugrienta traidor a la patria española y a sus nacionales, un Antiespañol, un Enemigo.
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