
No insistiré en los aspectos más paradójicos de esta imagen, empeñada en mostrarnos la condición indiscutiblemente sagrada de la vida de todos los animales que no seamos nosotros. Sobre todo cuando se insiste en que todas las bestezuelas del mundo debemos ser tratadas igual. Nos vienen insistiendo desde hace mucho tiempo en que, mas allá de todas nuestras caducas supersticiones, el ser humano es un animal más, que lee algo y piensa a veces. Como estas dos actividades están en franco retroceso, encontrar las diferencias entre este gato poco fotogénico y las víctimas de Mengele resulta, al parecer, cada vez más difícil para estos chiquillos. Por eso, porque las injusticias que se producen en las granjas de crías de conejos son tan aberrantes, tenemos los sentimientos algo romos en esta sociedad. De ahí que sea un acto económico o pecuario muy razonable la trituración de un niño nonato de siete meses o darle matarile a un anciano por sus pocas posibilidades de volver a correr una maratón.
Pero les confieso que lo que más me ha preocupado al ver tan conmovedora escena de hermandad/igualdad entre joven vivo y gato muerto es el grado de acuerdo con el lema de la manifestación de los dos animalillos. Yo jamás podré escribir un guión de éxito para el cine español porque no me ha violado ningún cura y nunca me han obligado bajo torturas en el cole a cantar el «Cara al sol» -ni siquiera en casa, como a tanto antifranquista hoy hiperactivo-. Puede que, por ello, haga alguno sobre la igualdad de los humanos con los gatos, conejos y corderos y cerditos. Y eventuales cruces con lince. Cobardes, listillos y con vocación a vivir en granjas. ¿Quién le habrá dicho al rubito que los animales sufrían donde estaban? Mi guión sería un plagio. Pero de actualidad muy cruda, animal.
ABC - Opinión
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