lunes, 8 de diciembre de 2008

El jeta de Getafe. Por Tomás Cuesta

CONTABA Cabrera Infante que Castro, Fidel Castro, ponía la pistola encima de la mesa con la prosopopeya tabernaria de quien envida los colgajos. Por su parte, Castro, Pedro Castro (que no tiene licencia de armas cortas, al menos que sepamos), emplea los santísimos de munición de boca y aprieta el gatillo a bocajarro. O sea, que, a tenor de lo visto y escuchado, esa obsesión por la testosterona debe de ser consustancial a ciertos Castro. La anécdota acaba ahí, naturalmente, porque el alcalde de Getafe no anda por la vida disparando a nadie. Disparatar, en cambio, disparata a mansalva y con la velocidad de tiro de un fusil de asalto. ¡Menudo es Pedro Castro! ¿Que hay que echarle un par? Él le echa cuatro. De tales criadillas presume el personaje que, si hubiera que establecer un ranking, el legendario caballo de Espartero era un penco castrado, y los también famosos atributos del padre cura de la localidad de Villalpando («que los llevan tres bueyes y van sudando») tenían el calibre de granos de mostaza.

El que más chifle, capador; solía decirse antaño. ¿Cómo podría conjugarse la rústica sentencia con la cateta modernidad que respiramos? ¿El más chiflado, alcalde? Si lo de Pedro Castro fuese una chifladura, aún se le podría dar cuartel, en lugar de pedir que, por el interés de España, invierta su entusiasmo en un oficio que le haga justicia a sus capacidades. «Aquí no necesitamos pensadores, sino bueyes que aren», afirmaba aquel prócer que fue Bravo Murillo con una vehemencia digna del señor Castro. ¡Por España, don Pedro! ¡Siempre por España! Bromas al margen, no hay que llamarse a engaño. Cuando el edil de ediles se pone hecho un espárrago (o sea, cojonudo, aunque se ofendan los espárragos) es porque sabe que, para los progres montaraces, todo el monte es orgasmo. Ni la enajenación fugaz, ni el socorrido «lapsus linguae», ni siquiera el calentamiento planetario, atenúan la ofensa o alivian el dislate.

Al acusar de estupidez testicular a los huevones que le han mandado a tomar vientos y (¡oh, casualidad!) a freír espárragos, el señor Pedro Castro ha sido más grosero que sus conmilitones, pero no más ordinario. El insulto, el desprecio, el leproseo, la intolerancia a troche y moche, el sectarismo asilvestrado... A falta de argumentos que avalen su mensaje, la «ordinaria folia» de la izquierda plural es un coñazo de proporciones marianescas y un desvarío invariable. Y, en esas, llega Castro, Pedro Castro, y mete la pata hasta la ingle -natural, en este caso- por seguir los consejos de un tal Lope, que era, al parecer, un gran farsante: «El vulgo paga y pues lo paga es justo hablarle en necio para darle gusto».

Claro que el presidente de la Federación de Municipios -quizá por honrar el cargo- se pasó veinte pueblos, media docena de ciudades y un sinnúmero de cabeceras de comarca. Y es que, en definitiva, el delito mayor que ha cometido el munícipe zafio y deslenguado es que le ha tocado el badajo al respetable a la hora de dar el campanazo. Un poco de respeto, señor Castro, aprenda a no castrar al castellano. No sea ablandabrevas, cacaseno, zonzo, candelejón, gaznápiro. Ítem más (apunte el lengüetazo), no sea usted badajo. Un badajo, en el siglo XVII, era un necio estruendoso con pujos de estadista que abroncaba a la gente por un quítame allá esas pajas. ¿No le suena, verdad? Mira que es raro.

Joseph de Maistre -un contrarrevolucionario furibundo y un testigo de cargo deslumbrante- nos enseñó que «toda degradación individual o nacional se ve certificada de inmediato por la degradación equivalente del lenguaje». Ahí se halla la clave del «affaire» Pedro Castro. El jeta getafense es solamente el último episodio (zafio a calzón quitado, cazurro hasta las heces, chabacano «ad nauseam») de una profunda enfermedad moral que ahorma las conciencias a voluntad de los que mandan. Que convierte el civismo en una superstición atávica. Que hace de lo público un reñidero de canallas. Nunca hay dicha completa, al fin y al cabo. La ley de la compensación ha establecido que Getafe tenga un equipo de Primera y un alcalde de cuarta.

ABC - Opinión

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