
González Peña, promotor de estos «grupos de las cuestiones previas», llegaría a dirigir durante la Guerra Civil la Unión General de Trabajadores, siendo nombrado... ¡Ministro de Justicia! en el segundo gobierno de Negrín. No podía ser menos, pues desde luego su doctrina sobre la «labor de desmoche y saneamientos» sentó cátedra en la justicia republicana; y la revolución se puso las botas a «quitar las malas hierbas». Por supuesto, la UGT desempeñó un papel protagonista en estos «grupos de las cuestiones previas», formando parte de los Comités de Salud Pública y Tribunales Populares que empezaron a actuar a partir de julio de 1936, e incorporando afiliados -presumimos que poco conocedores de «Kant, Rousseau y toda esa serie de sabios»- a las brigadas del amanecer que «saneaban« la población de elementos facciosos: léase, gentes que hubiesen votado a las derechas, católicos practicantes, lectores de ABC y demás ralea fascista. Todo ello a lomos de esa «oleada emocional irresistible» que el auto de Garzón ha resucitado setenta años después; y a la que Cándido Méndez, rindiendo homenaje a la «memoria histórica» de su sindicato, ha corrido gozosamente a subirse, cual surfista en día de asueto, mientras otros sucumben a la oleada del paro, que también es irresistible aunque Cándido Méndez se haga el longui.
Que un sindicato que cuenta con episodios tan turbios a sus espaldas -y cuyos dirigentes se beneficiaron de la misma Ley de Amnistía que ahora Garzón declara parcialmente abolida- se persone cínicamente en un proceso donde la juridicidad brilla por su ausencia provocaría una «oleada de indignación irresistible» en cualquier sociedad sana; pero la española -como escribía el otro día César Alonso de los Ríos- es una sociedad humillada, que no tiene empacho en abandonar a sus padres y abuelos en la fosa común de los criminales contra la Humanidad, mientras el secretario general de un sindicato que se puso las botas a «desmochar y sanear» posa como adalid de una causa noble. Y conste que, entre los afiliados de la UGT, hubo también en aquellos años de emociones desatadas muchos hombres nobles: hombres como, por ejemplo, el responsable del sindicato en la localidad barcelonesa de Castellar del Vall_s, que murió asesinado tras descubrirse que había redactado un aval para intentar salvar la vida del párroco de la misma localidad; que, por cierto, también fue asesinado, por el delito de ser cura. Ese párroco y ese ugetista de Castellar del Vall_s encarnarían, en una sociedad sana, la España que deberíamos recordar y honrar con orgullo; pero las sociedades humilladas y enfermas prefieren entregarse a la «oleada emocional irresistible» de la mistificación y la mentira.
ABC - Opinión
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