
Habiendo comprobado que su compañía teatral Els Joglars sigue llenando teatros en el resto de España, mientras que en Cataluña las plateas se han vaciado y las contrataciones, reducido a cero, Boadella ha enviado acuse de recibo a la sociedad con este libro, de explícito título, donde avisa de que no volverá a representar sus obras en Cataluña.
Tomada a medias por él y a medias por las circunstancias adversas, esta decisión inevitablemente me hace pensar, recordar, a algunos grandes y estimados autores que se atrevieron a afearle la conducta a su tribu; pienso, claro está, en el austriaco Thomas Bernhard, el cual, hastiado por la falla moral que había detectado o creído detectar en sus convecinos austriacos, prohibió la edición de sus obras en Austria, y piensas, claro, en Jacques Brel, belga de Flandes que escribió aquellas feroces canciones Les flammandes y Les flammancands, chanson comique, sobre la manera a su juicio repugnante con que los flamencos bailan, ahorran, se casan, etcétera.
De todas formas, el libro de Boadella no es tan belicoso, aunque sea agudo y certero, como él suele. A medias es celebratorio y devoto (devoto de su mujer, cuyas virtudes y encantos exalta y a la que dedica una estupenda declaración de amor conyugal) y en parte, sobre todo, flippant, que es esa actitud o tono, de uso entre ciertas capas de la sociedad británica, que consiste en mantenerse impávido y zumbón ante las adversidades, manteniéndolas por debajo de uno, y en dedicar al adversario una mirada un poco despectiva, un poco divertida y un poquito incrédula, como si éste fuera poco más significativo que un fenómeno de feria, un fenómeno ruidoso y feo, también un poco maloliente, al que quizá habría que dedicar unos minutos de reflexión antropológica, aunque da mucha pereza, pues la vida está llena de cosas mucho más interesantes y graciosas en que ocuparse. A la hora de injuriar, el tono flippant es un tono de una efectividad letal. A los patriotas, que en el fondo se saben patéticos con ese pregonado e interesado amor suyo por la tierra, por su tierra, suele ponerles de los nervios...
Adiós a Boadella, que vuelve a fugarse como en aquella ocasión memorable lo hizo del Hospital Clínico, descolgándose por la ventana y disfrazado de médico, como un flippant Arsenio Lupin, pero ahora para emboscarse en su felicidad privada en los parajes idílicos y retirados de los bosques de Girona, como el sátiro espectral de Darío, del que sólo se ve de vez en cuando por los montes su "gigante sombra extraña" -aunque en versión confortable, con calefacción central y demás comodidades-. A esas comarcas fui a visitarle hace muchos años como periodista becario, y en cinco minutos improvisó para mi fotógrafo una pantomima hilarante en la que figuraban como atrezzo la butifarra, la sardana, la barretina y unas monedas de curso legal, y que sigo proyectando de vez en cuando en mi sala de cine mental.
El Pais - 03/11/2007
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