sábado, 3 de noviembre de 2007

El "NO" de Boadella. Por Ignacio Vidal-Folch

Cuando leemos un libro como quien entra en una fiesta, y disfrutamos y nos reímos, produce una excitación muy particular la sospecha, la certeza casi, de que también el autor disfrutaba mientras lo estaba escribiendo.

Cuando leemos un libro como quien entra en una fiesta, y disfrutamos y nos reímos, produce una excitación muy particular la sospecha, la certeza casi, de que también el autor disfrutaba mientras lo estaba escribiendo. Esto se nota en la morosidad con que va exponiendo sus asuntos y anécdotas, en el gusto por las digresiones, en determinadas elecciones del léxico. Después de reírnos por un episodio especialmente divertido o por la feliz conjunción de un sustantivo con un adjetivo raro que produce un efecto inesperado y cómico, vemos, a la luz de un fogonazo neuronal, al autor en su estudio, relamiéndose mientras teclea esas mismas palabras y tiene que detenerse para soltar una carcajada de complicidad consigo mismo, que hace eco a la que acabamos de soltar nosotros. Y sentimos un segundo placer al compartir la misma naturaleza humana con ese sujeto que, aparentemente, no realiza su trabajo con los sudores y esfuerzos propios de nuestra contingencia (los sudores y esfuerzos con los que vamos abriendo nuestro surco en la vida hasta la tumba), sino jugando, con fácil dominio de las herramientas del idioma y de sus efectos. Y es que el esfuerzo y la paciencia son honrosos y admirables, pero la desenvoltura además reconforta y alegra. Siempre me pasa eso mismo cuando me pongo bajo el área de influencia de Boadella. La primera vez fue hace muchos años, cuando yo empezaba a trabajar como periodista, cuando le entrevisté en su casa de Pruit y en menos de cinco minutos improvisó para mi fotógrafo una pantomima maliciosa e hilarante, que recuerdo como uno de los momentos más gratificantes en décadas de trabajo. A mí el teatro me parece un arte sudoroso y polvoriento, anacrónico y excesivamente dependiente del poder político y de la mentalidad dominante, pero en su día la formidable irreverencia de su Ubú me proporcionó una catarsis como la que sentían los griegos de la antigüedad asistiendo a las desgracias de los héroes, sólo que en aquel entonces la catarsis llegaba por el llanto y la compasión, y con Els Joglars de Boadella, por la risa. En cierta ocasión lo quisieron enchironar, y se escapó como un Arsenio Lupin u otro villano de folletín, descolgándose por una ventana y disfrazándose de honorable médico...

En el escenario político, se ha chanceado por un igual de los patriotas de toda laya; y en fin, con la asunción de Maragall y sus tripartitos al poder regional, hubiera podido sacar suculenta tajada de las heridas recibidas en todas aquellas burlas imperdonables; pero en vez de reclamar la recompensa prefirió fundar un partido político contra el status quo y figurar en todas las listas negras que el régimen regional confecciona y actualiza cada día y cada noche. Por estas cosas, por esos “noes”, por esos momentos brillantes, no sólo habría que excusarle algunos excesos sino condecorarle. Que es lo que yo he venido a hacer a estos párrafos, después de leer sus memorias hilarantes y magníficamente escritas: Adiós Cataluña, premio Espasa de ensayo.

tiempo 03/11/2007

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