
El comunista, es decir, el sepulturero, es decir, Saura, es decir, el ayudante del Dr. Frankenstein, hará bien en extremar el cuidado con los muertos y con las cifras. Las cifras las cargan los cargantes Preston o Gibson, y a los muertos los carga el diablo. Algún difunto podría explotarle en las manos, Saura, camarada. No se nos lastime; sepa distinguir entre cadáveres comunistas. No vaya a ser que vista de etiqueta al muerto equivocado. De entre las numerosas víctimas que hizo su propio partido, Saura, vigile especialmente a trotskistas y parejos, que siguen resistiéndose a engrosar la contabilidad del otro bando o a morirse del todo. Culpe a Orwell, si quiere.
¡Ah, los poumistas que el PSUC persiguió y torturó y exterminó como a ratas! Cómo incluirlos ahora, señor taxidermista, entre los esqueletos éticamente superiores que se dispone a pasear por los teatros de Cataluña como si fueran marionetas del tripartito y del rojo Rodríguez. No sé si a Andreu Nin, caído en Alcalá, desollado vivo por los suyos (los de usted, Saura), lo ve tan éticamente inferior como a las casi nueve mil personas (¡qué necrológica coincidencia!) asesinadas en las checas de Cataluña bajo el glorioso mandato del mártir Lluís Companys.
¿Con que derecho un comunista clasifica a los caídos según criterios éticos? Un comunista, para más inri, de Gonzalo Comella. Esta tabula rasa con apariencia de conseller sólo puede invocar la ética de Stalin. Otra no le asiste. Saura extiende hasta nuestros días las rotundas categorías de la guerra. El obsceno se excita salpimentando la nada en la que vive con el regusto metálico de la sangre. Todo virtual, por supuesto. Menos rotundidad le pediría a este ludópata de los pelotones. Menos rotundidad.
¿Es superior éticamente un chequista del PSUC fusilado por Franco a una monja violada y descuartizada, tan nacional ella? Venga, hombre, vamos, déjelo, Saura, váyase de tiendas, cómprese algo bonito y relájese. No juegue con las cosas de morir y matar, que se empieza desenterrando por distracción y se acaba enterrando por aburrimiento. O viceversa.
Juan Carlos Girauta
Libertad Digital
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