lunes, 11 de diciembre de 2006
Te recuerdo Amanda
Hay quienes dicen que cuando una persona muere, lo último que pasa por la mente es una película rápida y condensada de lo que fue su vida.
¿Qué habrá visto Augusto Pinochet en su hora final?
Espero que haya visto a mi amigo Jorge Silhi, que a los 19 años de edad fue arrancado de su casa por un pelotón de soldados que lo llevaron al regimiento Tucapel donde lo torturaron con descargas eléctricas en los testículos, inmersiones en agua putrefacta, patadas en el cuerpo, golpes en la cara y un trato humillante para hacerlo sentir que no valía nada.
“Eso era lo peor: la sensación de impotencia”, nos contaba.
Después de varios días de torturas, fue liberado y recibió, de nueva cuenta, la visita nocturna de los escuadrones de Pinochet. Esa vez fue de la policía militarizada, carabineros.
Lo mismo. Torturas físicas y psicológicas durante días.
Luego llegó a su casa y por tercera ocasión se lo llevaron: la Fuerza Aérea.
“Cuando yo estaba en la cámara de torturas de la Fuerza Aérea me sumergían en agua y me conectaban electricidad en los genitales, entró el capitán Ricardo Massmann, al que me hicieron rendirle honores como parte de la humillación. Y cuando rompí la bolsa con que me asfixiaban, Massmann me amarró las manos con el cinturón de su uniforme”.
Hecho un harapo humano, Silhi fue llevado al jeep que lo conduciría a un puente del río Cautín desde donde sería lanzado para morir en las aguas gélidas del sur chileno.
Una llamada de último momento le salvó la vida: su hermana había logrado convencer a un alto oficial de inteligencia que tomó la decisión de perdonarlo.
Esa suerte no la tuvieron otros cuatro mil chilenos que murieron luego de ser torturados por los escuadrones de la muerte de Augusto Pinochet Ugarte.
Es sólo uno de las decenas de miles de torturados en más de 800 centros de detención donde se aplicaron 18 métodos distintos de flagelo.
¿Habrá visto algo de eso Pinochet al momento de dejar este mundo?
Y si en verdad hay otra vida, ¿se habrá encontrado ya con el autor de Te Recuerdo Amanda y tantas otras melodías dulces que tarareábamos los estudiantes hace más de treinta años?
¿Se habrá disculpado Pinochet con Víctor Jara, al que mandó matar cuando lo tenía preso en el estadio Chile, porque sus canciones podían subvertir el orden?
¿Habrá mirado a los ojos a Pablo Neruda?
¿Qué le habrá dicho al doctor Eltit, médico de mi ciudad, que fue arrestado y desaparecido en la caravana del terror?
¿Le habrá tendido su mano homicida a Salvador Allende, al que traicionó luego de haberle jurado lealtad?
¿Le habrá pedido perdón a su compañero de armas, al general Prats y a su esposa, a quienes mandó matar con explosivos en Buenos Aires?
¿Cómo les estará explicando su decisión de matarlos, a los 70 dirigentes sindicales que fueron fusilados por órdenes suyas?
Pinochet ni siquiera puede alegar en la hora su juicio final, si es que lo hay, que recibió órdenes para hacer lo que hizo.
Esa excusa la usaron los criminales nazis, pero Pinochet no puede invocar ese ardid frente al juicio de la historia. Ése sí, indudable.
“Pinochet fue el autor del milagro económico chileno”, dicen algunos de sus defensores.
Mentira. La economía dio tumbos durante 14 años de los 17 que duró la dictadura.
Catorce años pasó el gobierno sin saber qué hacer con la economía: entraban y salían secretarios de Hacienda, la pobreza empeoraba, los empresarios pasaban de la gloria a la cárcel, de la cárcel a Miami, y de Miami al gabinete.
En esos catorce años los hogares humildes y aún de las clases medias, tenían como dieta pan y té.
Los desplazados de la economía no fueron únicamente los sin oficio, los sin estudios, los menos habilitados para los trabajos manuales.
Las escenas del desempleo ilustrado y del hambre todavía están frescas en la memoria. Al viejo profesor de historia lo vimos pasar frente al bote de basura y observar de reojo, con su espigada dignidad, si había algo para comer.
Fue la globalización la que en los tres últimos años de Pinochet permitió a un grupo de técnicos enmendar el rumbo de la economía.
Y como bien recuerda el ex embajador de México en Chile, Otto Granados, fue en los años de la democracia, después de 1990, cuando la economía alcanzó niveles sin precedente de estabilidad y crecimiento, a tasas de 6 y 8 por ciento anuales, las que hicieron posible que en tan solo 10 años, prácticamente se duplicara el producto nacional (Crónica 7-12-2006).
El legado de Pinochet no es ése.
Su legado fueron 300 mil exiliados, los desaparecidos y los torturados.
Son conocidos los testimonios de niños que vieron asesinar a sus padres dentro de su domicilio por los comando de asalto nocturno de la DINA, la Gestapo de Pinochet.
Ése es su legado.
Prácticamente no hay un solo barrio, y quizá una sola manzana de cualquier ciudad chilena, que no recuerde la llegada de la tropa alguna noche para allanar una casa y llevarse al jefe de la familia, a la esposa o a algún que no volverían a ver jamás o que regresaría torturado.
No eran delincuentes, ni traficantes de drogas ni de armas.
Era, por ejemplo, el notario público, conocido por sus ideas socialistas que de vez en cuando exponía en un artículo del periódico de la ciudad, pero después del golpe lo apresaron, lo raparon y lo pasearon atado por las calles del centro. Y una madrugada apareció flotando en el río en estado de putrefacción.
Era, por ejemplo, la trabajadora social que después de su trabajo enseñaba nociones de medicina familiar en los centros de madre, y fue arrestada, torturada y violada con su esposo en el cuarto de junto, para que oyera los gritos.
Eran jóvenes, compañeros a los que se veíamos todos los días. Se los llevaban y luego aparecían muertos en el cerro con la cara y el cuerpo mutilados.
Muchas de las carreras humanísticas se cerraron. Las universidades estaban infiltradas en cada uno de sus salones por algún agente de Pinochet.
En las mesas familiares nadie hablaba de política ni de lo que ocurría, por temor a que uno de los parientes pudiera ser un soplón.
No hay concordia en esa nación. La reconciliación es de mentiras.
No la hay porque no ha habido arrepentimiento.
Tal vez Pinochet esté ahora pidiendo perdón.
El perdón de la historia, aquí en la Tierra, no lo tiene.
Pablo Hiriart (La Crónica de Hoy) (11/XII/06)
C´s#: La lluvia es eterna en cinco minutos...
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