martes, 31 de mayo de 2011

Rubalcaba. La continuidad del peor Zapatero. Por Guillermo Dupuy

Nadie simboliza mejor la continuidad y la terrible esencia de lo que ha constituido el zapaterismo, mejor aun que el propio Zapatero, que Alfredo Pérez Rubalcaba.

El "dedazo" de Zapatero a favor de Rubalcaba (que tanto Zapatero como Rubalcaba disfrazan de "primarias", y que otros han presentado erróneamente de "golpe", incluso de "traición", de Rubalcaba contra Zapatero) queda muy bien reflejado, esta vez sí, en la noticia que Marisa Cruz y Manuel Sánchez firman este lunes en El Mundo y que lleva por título Zapatero decidió en octubre que su heredero fuera Rubalcaba. En ella se afirma que el presidente del Gobierno entregó "a sabiendas" a Rubalcaba el año pasado un poder inmenso para ponerle claramente "en pista de salida". Los periodistas aseguran que, ya por entonces, Zapatero confesó claramente, tanto a la ex vicepresidenta Fernández de la Vega, como a la propia Carmen Chacón, sus intenciones a favor de Rubalcaba.

Por todo ello debemos ser conscientes de que Zapatero ha conseguido, al menos por ahora, un triunfo indiscutible, que no es otro que evitar que su descontada marcha y el no menos previsto desplome electoral del PSOE en estas elecciones municipales y autonómicas provoquen en el partido una catarsis, fruto de la cual se diera una ruptura con lo que ha significado su nihilista paso por el Gobierno.

Nadie simboliza mejor la continuidad y la terrible esencia de lo que ha constituido el zapaterismo, mejor aun que el propio Zapatero, que Alfredo Pérez Rubalcaba.


Presentar a Rubalcaba como algo distinto o distante a lo que Zapatero ha significado para España, para la democracia y para el propio PSOE no sólo es un error; es un disparate que puede entorpecer y desviar su crítica, como –lo que es peor– ser inconscientes del escalofriante escenario que nos espera. Y no lo digo ya por las fechorías que sean capaces de hacer hasta las próximas elecciones generales; lo digo, sobre todo, por las que cabe esperar que hagan la próxima legislatura si al frente de la oposición se encuentra Rubalcaba.

Si Rubalcaba sobrevive al frente del PSOE a su descontada derrota en las generales, ¿se cree alguien que no va utilizar –entonces sí– contra el futuro Gobierno del PP movimientos como el del 15-M, más aun si Rajoy hace los ajustes y reformas que requiere nuestra mortecina economía?

¿Y qué me dicen de lo que haría Rubalcaba como líder de la oposición si el Gobierno de Rajoy se atreve a enfrentarse con esa "paz" de ETA/ZP que exige la permanencia de Bildu en las instituciones, la continuidad del proceso de excarcelación o cuando menos beneficios penitenciarios para los etarras presos, así como un nuevo "estatuto" para el País Vasco, como mínimo tan soberanista e inconstitucional como el que ya tiene Cataluña? ¿Se cree alguien que Rubalcaba no utilizaría contra el Gobierno del PP el riesgo de que los terroristas vuelvan a derramar sangre, tal y como ya hizo el 11-M?

Sólo desde la torpeza de minusvalorar el genio diabólico de Rubalcaba se puede ignorar la bomba de relojería que para España seguirá constituyendo la herencia y el heredero de Zapatero. Y eso, incluso en el caso de que el PP, siempre acomplejado e inconsciente de sus propias fuerzas, gobernase por mayoría absoluta. No digamos ya nada si Rajoy necesita para gobernar caer simpático a los nacionalistas.


Libertad Digital - Opinión

El argumento del miedo. Por Hermann Tertsch

El frenazo en seco de Carmen Chacón y su profunda contrariedad son fruto de un golpe inesperado. Es producto del miedo.

CARMEN Chacón estaba convencida de ser todo lo que le habían dicho que era. Pese a que esa certeza sólo emanaba de palabras ajenas. Armada con esa fuerza que consideró suficiente, se creyó capaz de afrontar el gran reto. Como se ha visto, ni ella es lo que le habían dicho, ni su fortaleza era más que presunción. No aguantó ni un asalto de los profesionales. Creía haber llegado por mérito propio a inverosímiles glorias y se creyó capaz de este desafío. Parece mentira que, tan bien asesorada en cuestiones de imagen, nadie le advirtiera que ya no le serviría la apariencia. Necesitaba sustancia para resistir a aquellos a quienes desafiaba con sus ambiciones. Y la pobre mujer tuvo que ver que carece de ella para tamaña empresa. No sabemos cuál fue el «argumento» que quebró su ambición y pretensión. Que la llevó a renunciar a algo que ya había decidido. No es plausible que fuera sólo una amenaza genérica de tipo político. Mucho menos una apelación a la solidaridad con los triunfadores de la operación. Su frenazo en seco y su profunda contrariedad son fruto de un golpe inesperado. Es producto directo del miedo. A la ministra le metieron miedo. De una forma brutal, efectiva y eficaz. El daño que se le expuso como represalia si no cambiaba de actitud y se negaba a la enmienda era excesivo para esta chica, tan sobrevalorada que había acabado engatusada consigo misma. Veremos «cosas maravillosas» decía con voz de princesa de teatro de pueblo hace unas semanas. Y vio cosas inimaginables cuando los profesionales dejaron claro que se habían acabado las tonterías. Y le hicieron ver a la princesita popular que tenían todo el poder sobre ella. El requerido para imponerle unos planes que eran los contrarios a los propios. En el fondo, más allá de nuestra imagen y la personalidad propia que cultivemos, somos lo que creemos. Nuestro fondo de resistencia, de lo que daba en llamarse el honor, sólo puede medirse por lo que somos capaces de sacrificar en su defensa.

Nadie le puede pedir a esa joven madre una firmeza heroica de carácter y convicciones que hubiera sido necesario para ir al enfrentamiento total con Rubalcaba y sus agentes. Y asumir las represalias que le habrían anunciado. Pero si pensaba que su opción era la justa y la otra tan condenable como nos dio a entender podía haber superado el miedo a las amenazas y haber puesto a los socialistas y a la sociedad española por testigos. La fragilidad de personas y convicciones hacen quiméricos estos desafíos. Por eso el miedo es el mejor argumento para algunos poderosos. El miedo a la liquidación social, al oprobio y al desprestigio es su mejor arma en la política. Es tan efectiva como el miedo a la cárcel, al pelotón o a la brigada al amanecer. Y de aplicación universal con muy pocas excepciones. No son muchos los seres libres del miedo por la firmeza de sus convicciones. Son almas irreductibles, como Mijail Jodorkovski, en su día el hombre más rico de Rusia, que lleva ocho años en una remota cárcel de Siberia. Podía haber tenido una vida de lujo ilimitado de haberse sometido a las reglas de la mafia del presidente Putin. Como los demás magnates. Él se negó e intentó crear una alternativa política a Putin. Le advirtieron una y mil veces que respetara el código amoral. Se negó, lo pagó y lo paga. La historia brilla con humanos de esta talla. Ante los que el miedo fracasa. Pero claro, ya estamos hablando de otra cosa.

ABC - Opinión

La irrupción de Rubalcaba eclipsa a Zapatero y Rajoy. Por Antonio Casado

Ha sido tan potente la operación sucesoria de Rubalcaba en el mercado informativo que ha dejado en la sombra a los otros dos personajes de esta historia: Carme Chacón, que resbaló en la salida sin llegar a la primera valla, y José Luís Rodríguez Zapatero que, desbordado por los acontecimientos, vuelve a montar guardia frente a la prima de riesgo.

Un tercer personaje ha desaparecido de la escena política y mediática de estos últimos días. También tiene su explicación. Me refiero a Mariano Rajoy, el flamante ganador de las elecciones del 22 de mayo, en las que no participaba. Como diría su asesor, Pedro Arriola, seguro que habrá alquilado un balcón para ver desde la acera política de enfrente el guirigay de los socialistas y hacer odiosas comparaciones sobre la práctica del “dedazo” en los procesos sucesorios.


A Chacón ya se le ha pasado el berrinche. Queda recuperada para la causa del cierre de filas tras una larga conversación con el candidato “in péctore” sin perder el rumbo. Así es la vida: hoy se te quema la casa y mañana te toca la lotería. Su forzada renuncia a las primarias internas deja abiertas sus aspiraciones a la Secretaría General del PSOE. Y tal vez haya descubierto ya que mejor que estrenarse con una derrota como candidata (en primarias o en generales) es estrenarse como secretaria general aunque haya por delante una travesía del desierto.
«En todo caso el “dedazo” sería el de Rubalcaba para mantener a Zapatero en el cargo de secretario general y no el de Zapatero para designar a Rubalcaba como cabeza de cartel en las próximas elecciones generales.»
En cuanto al aún presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, le cuadra el patrón de los vasos comunicantes que tan bien se adapta a su relación política y personal con Rubalcaba. Cuando uno sube el otro baja. Ahora le toca bajar a Zapatero. Hasta el punto del sarcasmo en lo que se refiere al supuesto “dedazo”, justo cuando la figura del líder se desploma en la escala del poder.

En todo caso el “dedazo” sería el de Rubalcaba para mantener a Zapatero en el cargo de secretario general y no el de Zapatero para designar a Rubalcaba como cabeza de cartel en las próximas elecciones generales. Si el dedo del jefe no sirvió para mantener el previsto careo político y generacional Rubalcaba-Chacón mucho menos iba a servir para imponer unilateralmente a su propio sucesor, como el Aznar sobradísimo de autoridad hizo en su día con Rajoy.

Habíamos quedado en que Mariano Rajoy, en la acera política contraria, es el tercer hombre en esta historia. Lleva diez días callado porque le compensa mirar desde lejos la lucha por el poder en el seno del PSOE. No gana nada metiendo baza, acaba de saber por las urnas que el mensaje de las encuestas era verdadero y, en el asunto del “dedazo”, las comparaciones son odiosas para él, que pierde en la comparación.

Por lo demás, el salto de Rubalcaba no es nada nuevo para Rajoy. Ni para sus asesores. Desde el nombramiento de aquel como vicepresidente del Gobierno, el estado mayor del líder del PP lleva trabajando con la hipótesis de que su adversario en la lucha por la Moncloa sería Rubalcaba. Me consta.


El Confidencial - Opinión

PSOE. La rehabilitación de ZP. Por Cristina Losada

Esta reescritura de la pequeña historia, esta nueva rebelión contra la realidad, no deja de ser un intento de salvar el orgullo, neutralizar la humillación y aparentar autoridad, sin dar el único paso que podría dignificarle: su marcha.

No puede esperar Zapatero a que la historia le rehabilite y, en un futuro lejano, se le vindique tal como profetizó Bono en el aniversario de la Constitución último. Entonces, el tercer hombre de esta película trazó un paralelismo entre Adolfo Suárez y su jefe de filas para vaticinarle a éste el mismo destino: el del presidente injustamente atacado por todos, que recupera el lugar de honor merecido pasados los años. Aquello sonaba a epitafio y lo fue. Se había escrito en público el borrador de una lápida cuyo remate sólo estaba pendiente de algunas minucias. Consuélate, José Luis, que algún día te dedicaremos los más sentidos y ardientes panegíricos, elegías y apologías, pero tu baraka se acabó. Tal era el mensaje que se leía entre líneas. Pero Zapatero no quiere que otros le escriban su final.

Así, tras el golpe palaciego que ha terminado con su sueño de reinar después de muerto, sus –todavía– fieles han hecho circular que lo ocurrido obedece punto por punto a su voluntad. Y es que de acuerdo con la versión made in Moncloa, y publicada por El Mundo, en fecha tan temprana como octubre tenía decidido Zapatero que Rubalcaba fuese el candidato. De manera que el dedo ya había elegido al favorito y el dueño y señor de los tiempos sólo aguardaba el instante oportuno para la revelación. De modo que todo estaba atado y bien atado. Ni putsch interno ni luchas intestinas. La sucesión se había pensado y controlado hasta el detalle y, además, qué maravilla, salió tal cual. De qué extrañarse. No es la primera hoja de ruta secreta del presidente que se cumple al pie de la letra. También su renuncia a presentarse a un tercer mandado, según propalaron sus escuderos, fue una decisión meditada años antes y sabiamente ocultada hasta el día de autos.

Esta reescritura de la pequeña historia, esta nueva rebelión contra la realidad, no deja de ser un intento de salvar el orgullo, neutralizar la humillación y aparentar autoridad, sin dar el único paso que podría dignificarle: su marcha. Una niñería. Pero, al tiempo, se vislumbra una rehabilitación póstuma de más enjundia. Se pretende hacerle pasar por un gobernante que respetó, como ninguno, las reglas del juego democrático. Como si no hubiera desembarcado con él en España la flota de la tiranía de la corrección política ni se hubiera instalado la feroz persecución del disidente. Ah, la democracia de "59 segundos". Cosas veredes.


Libertad Digital - Opinión

Los candidatos. Por M. Martín Ferrand

El juego estratégico de la cúspide socialista no es tanto «ganar» a Rajoy como impedir su mayoría absoluta.

SEGÚN César González Ruano, la entrevista es un género periodístico que hace uno y cobra otro. En el caso de que el entrevistado sea Mariano Rajoy, esa doble función que apuntaba el viejo maestro recae en el entrevistador. Acaba de demostrarlo el director de ABC, Bieito Rubido que, además de ser gallego, añade a su talento periodístico la sabiduría hermenéutica. En las dos entregas de su entrevista con el líder de la oposición ha conseguido destilar diez puntos, diez líneas de pensamiento, que constituyen lo más parecido a un programa de Gobierno que, aún habiendo sido dos veces candidato a su presidencia, no conocíamos hasta ahora en quien, presumiblemente, dentro de un año será el responsable del Ejecutivo. He leído buena parte de las entrevistas, no muchas, que Rajoy ha concedido en los últimos 25 años, desde sus días de presidente de la Diputación de Pontevedra, y sumándolas todas sale de ellas menos sustancia que de ésta que comento. Un alarde de cautela que define bien al personaje; pero que, dado el giro que supone la presencia de Alfredo Pérez Rubalcaba en la carrera presidencial, puede llegar a volverse en su contra.

El muy pluriempleado Rubalcaba —¡más que María Dolores de Cospedal!— ya dijo ayer que se presenta a las legislativas porque entiende que puede ganar. ¿Puede? Tal y como se diseña su aparición en escena, con unas primarias que no lo son en plenitud, con prisas e incluso con el avasallamiento de Carme Chacón, más bien parece que el juego estratégico de la cúspide socialista, Zapatero incluido, no es tanto «ganar» a Rajoy como impedir su mayoría absoluta. Es decir, vista la poca habilidad del PP para ganar amigos y aliados —véase el caso de Francisco Álvarez Cascos en Asturias—, estar en condiciones de formar con otros grupos una mayoría capaz de desplazar a la que puedan obtener los de la gaviota.

La sustitución de un presidente nefasto, y sería difícil negar que José Luis Rodríguez Zapatero lo sea, por quien es su segundo es algo más próximo al malabarismo y la prestidigitación que a los planteamientos clásicos de la alternancia en el poder. Rubalcaba, ¿significa la continuidad del zapaterismo o se integra en el Gobierno con traición y repugnancia a lo que son sus ideas y supuestos, a lo que dice saber que España necesita? Aún así el PP debiera andarse con tino. El candidato socialista es hábil y maniobrero y si algo puede ayudarle a conseguir sus fines es la astucia silente, la expectativa prudente, que marca la línea de Rajoy. Las últimas elecciones las perdió el PSOE y, por ello, las ganaron los de la gaviota. El orden de factores altera el producto.


ABC - Opinión

El PSOE se confía a la figura más oscura del ‘felipismo’. Por Federico Quevedo

Leyendo algunos de los comentarios de hilarante entrega y servilismo a la causa de Alfredo Pérez Rubalcaba me he dado cuenta, definitivamente, de que el PSOE ha tomado el peor de todos los caminos posibles para satisfacción del Partido Popular, y parece haberse entregado sin más a la desdicha -propia, no ajena- de una mayoría absoluta del PP. Es verdad que Rubalcaba es un hombre que ha sabido ir construyendo a su alrededor una especie de secta periodística hábilmente manipulada y manipulable por el personaje, un personaje que, dada su historia, su pasado, como muy oportunamente recordaba Carme Chacón, necesita precisamente de ese protectorado mediático para evitar estar siempre en el punto de mira, en el escaparate, y que todos los muertos que ha ido acumulando en el armario durante estos años, desde los GAL hasta el Faisán pasando por el 13-M, no salgan de golpe como zombies a buscarle las vueltas y encontrarlas. No es cuestión de agigantar el temor que su figura causa a algunos por eso de que siempre ha sabido manejar las cloacas del Estado, las entretelas del poder, pero es cierto que se trata de un político adicto a la información sobre los demás… Un perfecto comisario político, eso sí, muy simpático hasta que le das la espalda.

Este es el hombre que dice que en su decisión de presentarse al proceso de primarias en el PSOE no ha habido ni “dedazo”, ni “conspiración”, cuando todos sabemos que ha sido él mismo quien se ha autoimpuesto y ha establecido las condiciones para aceptar el encargo y tomarse sus tiempos. No es que haya habido “dedazo”, es que ha sido el “dedazo” más cantoso de la historia de este país y del Partido Socialista, porque al menos en el caso de Rajoy, el más cercano para compararlo cuando Aznar lo propuso a su partido en el verano de 2003, nadie en el PP sabía cuál iba a ser la decisión y, de hecho, los posibles candidatos lo fueron hasta el último momento.

Aquí no, aquí se ha jugado con el partido, se ha jugado con los militantes y se ha jugado con dirigentes como Carme Chacón, que tenían todo su derecho a competir, y a la que se ha obligado, se ha forzado antidemocráticamente a apartarse para dejarle sitio a Rubalcaba, que no estaba dispuesto a humillarse en unas primarias que no solo no tenía ganadas sino que, muy probablemente, hubiera perdido a manos de la joven política catalana. Y hubiese sido la segunda vez que en el PSOE ocurriera algo parecido, y también entonces fue Alfredo Pérez Rubalcaba el encargado de dar al traste con las aspiraciones de Josep Borrel para que su sitio lo ocupara Joaquín Almunia.

Ha habido “dedazo” y ha habido “conspiración”, porque no cabe llamar de otra manera a todo lo que ha ocurrido desde que el pasado verano la vieja guardia socialista se impusiera a Rodríguez Zapatero para que elevara a Rubalcaba a la categoría de hombre fuerte del Gobierno, y éste acabara dominando junto a José Blanco no solo el Gobierno sino el partido, para maniobrar en la sombra y conseguir dominar la voluntad de Rodríguez Zapatero, quien, pese ha haber cedido en un principio, después se creció y pensó que todavía podía volver a dominar la situación.
«Rubalcaba es un político en decadencia, de un resto del pasado, de una figura que representa lo más oscuro del felipismo y lo más rancio del socialismo.»
El durísimo golpe electoral del 22 de mayo volvió a poner a Zapatero en su sitio, a bajarle los humos, y el tándem Rubalcaba-Blanco volvió a tomar las riendas del poder, amenazando primero con la exigencia de un Congreso inmediato que apartaría definitivamente a Zapatero del poder, y después presionando a Carme Chacón para que abandonara sus intenciones de presentarse a las primarias, decisión que ella tenía tomada ya desde hacía tiempo convencida de que, en efecto, el PSOE había asumido su compromiso democratizador y habría opción a que los militantes eligieran a su candidato a la Presidencia del Gobierno. Un Zapatero absolutamente debilitado fue incapaz de imponerse al envite, y Chacón prestó su último servicio a la causa de la hace tiempo fenecida Nueva Vía y al ‘zapaterismo’.

De hecho, de esta última batalla librada por Rubalcaba hay muertos que, por desgracia para el candidato socialista, están todavía muy vivos y por si las cosas no salen como Rubalcaba espera que salgan, están afilando sus cuchillos para el ‘día después’. Dicen sus acólitos, que los tiene y no son pocos, que Rubalcaba va a despertar el voto socialista. Perdonen que me ría. Es verdad quese trata de un político listo, hábil, inteligente, capaz de manipular y de maniobrar para conseguir sus fines como lo ha demostrado estos últimos días y en otras muchas ocasiones anteriormente. Pero también lo es que se trata de un político en decadencia, de un resto del pasado, de una figura que representa lo más oscuro del felipismo y lo más rancio del socialismo, de alguien que muy difícilmente va a conectar que ese electorado socialista que espera otra cosa de su partido y con esa multitud dejóvenes desencantados que se agolpan en nuestras plazas.

Y me dirán, ya lo sé, que tampoco Rajoy… Es posible, pero el PP no gobierna y no tiene que dar explicaciones, y de aquí a que sean las elecciones Rubalcaba tendrá que seguir saliendo cada viernes a contarles a los españoles por qué sigue habiendo cinco millones de parados y por qué este Gobierno sigue recortando derechos sociales de los ciudadanos. Ese es su despertador, un despertador caduco y al que se le han agotado las pilas.


El Confidencial - Opinión

Dimitir. Por Alfonso Ussía

La dimisión es una decisión voluntaria. El que dimite, se va porque así se lo recomienda su dignidad o porque le sale de las cocochas. El dimisionario que espera que su dimisión sea o no aceptada es un farsante. «He dimitido pero no me han aceptado la dimisión». Carece de sentido la frase y la actitud. Me ha divertido sobremanera la honda reflexión voceada de Jorge Alarte, el secretario general de los socialistas valencianos, gran cosechador de derrotas contundentes. «¿Dimitir? ¿Para qué, para irme a casa? No, lo que tengo que hacer es seguir». Y se ha quedado encantado con su sueño de resistencia. Cuando murió Franco, Arias Navarro le presentó con la bocucha pequeña la dimisión al Rey. De haber tenido la intención de irse, se hubiera ida a casa, es decir, donde no quiere marcharse, por las razones que sean, Jorge Alarte. Pero el Rey necesitaba un tiempo de adaptación. Le pidió a Arias que siguiera y lo convenció para que nombrase a unos cuantos ministros de confianza. De confianza del Rey, que no de Arias. Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, el formidable don Antonio, en Justicia. Y José María de Areilza, conde de Motrico, en Exteriores, con toda su inconmensurable cultura y representatividad detrás. Hubo otros. Arias no se sentía cómodo, pero le compensaba el cargo. El Rey trazaba a sus espaldas las líneas de su plan. Cuando Arias se convirtió en el gran estorbo para abrir España a la democracia, con un año de retraso, el Rey citó a Arias en le Palacio Real, no en el de La Zarzuela. «Presidente, te agradezco mucho lo que has hecho y acepto tu dimisión». Arias Navarro quedó como disecado por un buen taxidermista. «Señor, yo no he dimitido». «Sí, Carlos, sí, hace un año».

Pero en verdad, no había dimitido. El que dimite se va y no vuelve. Se va a su casa, o a sus asuntos particulares o se toma unas vacaciones de descanso. Julio Anguita dimitió treinta veces y nunca le aceptaron la dimisión, es decir, que en verdad, no dimitió jamás. Y en el PSOE, después de los catastróficos resultados de las últimas elecciones, no abundan las dimisiones. Ahí radica el gran problema de la izquierda española. Necesitan de sus cargos para vivir bien y no ver menguado su nivel social. Para ellos, la política es su empresa, y fuera de la empresa, muchos de ellos no saben hacer ni la o con un canuto. Ignoro la profesión de Alarte, pero de tenerla, aún es joven para retomarla. Los resultados le obligan. Como a Gómez, como a Gorostiaga, como a Antich, como a todos los protagonistas de los últimos batacazos. Tampoco dimiten los principales responsables. No sólo eso. El primer responsable se aferra a su jardín monclovino, y el segundo se nombra a sí mismo sucesor del primero, con el babeante aplauso de todos los miembros de la Ejecutiva socialista, Chacón excluida. Y Bono agazapado, porque sabe que las cosas no van a salir como han diseñado los dos que mandan. Pienso en Sonsoles. Meses atrás, se manifestó harta de La Moncloa, del cargo de su marido, de las obligaciones institucionales, de todo. Deseaba volver a ser un pájaro cantor en libertad, alejado de la jaula de oro. No entiendo que se haya callado. Ahora lo tiene más fácil que nunca. Su marido, aunque siga siendo el Presidente, ha dejado de serlo. Tiene una depresión de vaca lechera. Es el momento de empujarlo con la fuerza del amor. «Vamos, José Luis, que León nos espera». No es precisa ni la dimisión. Los españoles le han dicho que se vaya a su casa. Pero algo tienen las casas de los socialistas que no se sienten cómodos entre sus paredes. Vaya por Dios.

La Razón - Opinión

Rubalcaba. El hombre fuerte. Por José García Domínguez

Bajo ese escenario donde se representa el cuento del malvado Alfredo y la princesita destronada, acaso se esté produciendo un movimiento de placas tectónicas en la izquierda sociológica; una desafección larvada que podría llevar a la fractura del PSOE.

Ser obsesionado con la modernidad como todo buen provinciano, nuestro entusiasta discípulo de Pettit acabará sus días –políticos– abrazando, ¡ay!, la doctrina más chusca de las más chuscas repúblicas bananeras. He ahí Rubalcaba, al modo de Torrijos o Noriega en Panamá –y de tantos espadones latinoamericanos–, encarnación canónica de la figura del "hombre fuerte". El patriarca que mueve los hilos en la sombra, ese gran clásico tercermundista tan caro a las estampas de sofocante decadencia tropical de las novelas de Graham Greene.

Malos tiempos para la lírica socialdemócrata. En los minutos de la basura previos a los idus de marzo, el doctor Jekyll y míster Alfredo vendrán llamados al más difícil todavía. Con una boca –la pequeña– habrán de avalar las reformas, ese eufemismo piadoso, edulcorante retórico a fin de designar el ajunte duro y sin anestesia que reclama Bruselas; trabajo sucio que preferirían delegar en Rajoy. Con la otra, tratarán de apuntalar los restos de un discurso de izquierda que evite la fragmentación aún latente de su base social. Lo más parecido a un guión de Misión imposible. A fin de cuentas, la derecha, apolítica por naturaleza, siempre podrá sobrevivir con la cosa pública reducida a prosaica contabilidad social, rutinaria administración burocrática de personas y cosas. Sin embargo, para la izquierda, como bien supo ver Tony Judt, la cabeza mejor amueblada que le quedaba, eso es la catástrofe.

Huérfana de una narración histórica desde la caída del comunismo, desprovista al tiempo del menor horizonte utópico, apenas le resta la miseria intelectual y moral del pequeño politiqueo cotidiano. Un terreno en el que sus señas de identidad han terminado desvaneciéndose por completo. Razón última del horror vacui que se deja entrever tras la enternecedora ingenuidad algo kitsch de los indignados de Sol. Así, bajo ese escenario donde se representa el cuento del malvado Alfredo y la princesita destronada, acaso se esté produciendo un movimiento de placas tectónicas en la izquierda sociológica; una desafección larvada que podría llevar a la fractura de la hegemonía del PSOE en un territorio sentimental que creía suyo. Sea como fuere, contener ahora mismo la hemorragia solo admite una terapia de choque: el adelanto de las elecciones a otoño. Previa solemne inhumación del difunto, huelga decir.


Libertad Digital - Opinión

La meta de Rubalcaba. Por Ignacio Camacho

No está tan iluminado para creer en su victoria; su plan es birlar el poder a Rajoy en una carambola a tres bandas.

RUBALCABA, el presunto velocista, ese extraño sprinterde paso lento, se ha apuntado a una carrera de obstáculos. Contra reloj, porque si de joven hizo los cien metros en menos de once segundos ahora va a tener menos de once meses para alcanzar la meta, y con lastre. El suyo propio, que aunque es hombre delgado —«cuídate de los flacos», le decía a Marco Antonio el Julio César de Shakespeare— ha ido acumulando en tantos años la grasa del poder, y sobre todo el de Rodríguez Zapatero, que pesa como un saco de plomo del que más pronto que tarde tendrá que desembarazarse. Además deberá correr con el viento de cara, mientras Rajoy lo lleva a favor, y sobre una pista llovida de fracasos en la que es fácil resbalar. Sin embargo no sólo ha aceptado la nominación, sino que ha pugnado por ella hasta enfrentarse al presidente y torcerle el designio en una conjura de centuriones. Su actitud proactiva y satisfecha no es la de quien ha de beberse un cáliz de cicuta por imperativo mayor; es la de un hombre que quería la candidatura y quiere el liderazgo.

Y ello no es sólo porque se sienta reclamado por la responsabilidad de una misión de salvamento desesperado del partido al que ha dedicado su vida. Ni porque se lo haya pedido la nomenclatura, ni porque lo haya empujado Felipe González. Rubalcaba no se ha puesto al frente del partido para evitar el descalabro ni para obtener una derrota digna que salve los muebles y la vajilla; cree de veras que aún puede llegar a presidente del Gobierno. No está tan iluminado como para pensar que es capaz de ganar las elecciones, pero tiene un plan. Quiere birlarle el poder a Rajoy en una carambola a tres bandas.


El nuevo candidato tiene confianza en apretar la diferencia que le separa del PP. Da por hecho que el voto de castigo antizapaterista se ha aliviado en la catarsis de mayo y piensa organizar una campaña que despierte a los electores desencantados con un llamamiento general contra la derecha. Su objetivo consiste en bloquear la investidura de Rajoy alcanzando un número de diputados que impida la mayoría absoluta y le permita a él alcanzar un pacto con el nacionalismo catalán y vasco. Difícil, muy difícil. No imposible. Tendría que rebajar la distancia actual de diez puntos a tres, cinco como máximo. Aglutinar una coalición de votantes que cercene el crecimiento de Izquierda Unida y UPyD. Y para eso necesita desmarcarse mucho de Zapatero, atarlo corto, secuestrarlo casi. Esto último ya lo tiene medio hecho; si es necesario, lo jubilará antes de tiempo organizándole un homenaje.

Para eso ha recabado todo el poder del partido, pasando por encima del presidente. Su experiencia de intriga está contrastada. La de supervivencia también. Lo único que no tiene demostrado es liderazgo popular, dinamismo, capacidad para crear ilusiones. Es un candidato lúgubre que cifra su esperanza en organizar un consorcio de perdedores.


ABC - Opinión

Derecho a una educación libre

La Ley de Igualdad de Trato, tal y como pretendía el Gobierno, ha dado de lleno en los colegios de educación diferenciada, cuyo futuro está lleno de incógnitas si se lleva a cabo la eliminación de las subvenciones. Además de causar un enorme prejuicio económico a las familias afectadas –se calcula que la eliminación de las subvenciones supondrá para éstas alrededor de 300 millones de euros al año–, también supondrá una sustanciosa pérdida en la calidad de la enseñanza. Según un estudio de la patronal de la enseñanza privada, en los colegios públicos la media del fracaso escolar está cifrada en el 30%, mientras en los centros de educación diferenciada baja algo más de veinte puntos, puesto que el fracaso escolar sólo afecta a entre el 5% y el 8% de los alumnos. En el mes de marzo pasado los Consejos Escolares autonómicos y del Estado certificaron las virtudes de la educación diferenciada a partir de un estudio del rendimiento escolar por sexos, con la conclusión de que los varones tienen más dificultades que las mujeres para pasar de curso, acumulan más suspensos y abandonan antes el sistema educativo. Sólo un ejemplo: a los 15 años, el 48% de los chicos no está en el curso que les corresponde –eso significa que han repetido uno o dos años– y el 35% termina la ESO sin el título.

Incluso se está detectando un comportamiento muy distinto entre las chicas que van a un colegio mixto y a los que van a uno de educación diferenciada. En el primero, las jóvenes optan por estudios que les permitan acceder a trabajos con menos exigencias laborales y prestigio social, mientras que las chicas que estudian en un centro de educación concertada sus inquietudes laborales pasan por puestos de más responsabilidad, relevancia y liderazgo social. Si el Gobierno consigue consumar el proyecto de ley de igualdad de trato que ha impulsado Leire Pajín habrá cometido un grave error ya que se va a diezmar un modelo educativo que está demostrando ser el más competitivo para nuestros niños y jóvenes de cara a su futuro. No se puede legislar a golpe de sectarismo ideológico y de teorías supuestamente progresistas que sólo van a traer consigo un importante retroceso educativo. Es necesario subrayar, en contra de lo que dice el Ejecutivo, que la educación diferenciada no es sinónimo de educación segregada, como pretenden hacernos creer, por el hecho de separar a los chicos de las chicas. Esta separación no tiene que ver con ningún criterio político o religioso como pregonan inconscientemente algunos. Sí que responde a la necesidad de que se obtenga el rendimiento más óptimo en los estudios. Que se respeten y se potencien las particularidades de los chicos, su ritmo y su nivel de exigencia, y lo mismo en el caso de las chicas, que en muchas ocasiones ven cómo no alcanzan todos sus objetivos lastradas por las aparentes limitaciones del conjunto de sus compañeros. Hurtar a los padres de la posibilidad de que sus hijos estudien en un colegio de educación diferenciada concertado es un atropello a su derecho de elegir y pone aún más en cuarentena nuestro deficiente sistema educativo.

La Razón - Editorial

Faltan las causas

El Gobierno alemán se precipitó al culpar a las verduras españolas del brote bacteriológico.

Alemania y los países del norte de Europa están sufriendo las peores consecuencias del peligroso brote bacteriológico que las autoridades alemanas atribuyeron inicialmente a una partida de verduras (concretamente pepinos) procedentes de cooperativas agrícolas del sur de España. El brote de Escherichia coli tiene ya dimensiones europeas y, por lo tanto, exige una acción concertada de prevención de todos los países. Hasta ahora ha provocado 14 muertos y 329 enfermos de gravedad en Alemania, además de numerosos casos en Suecia, Dinamarca, Reino Unido, Francia y Países Bajos, transmitidos probablemente por viajeros procedentes de Alemania.

De todos los problemas que origina el brote, el más grave sin duda es el que afecta a las personas. Para conjurarlo, las autoridades europeas tienen que aplicar protocolos racionales de aislamiento. Bajo este principio, cualquier medida racional de protección debe ser prioritaria; pero con la convicción de que la racionalidad excluye cualquier alarmismo gratuito o histeria. El principio general recomendable es que se extremen los análisis adicionales de frutas y verduras, pero no se cierren las fronteras al comercio agrícola. De ahí que sea correcta la decisión de la CE de no bloquear las importaciones de pepinos y otras verduras.


Además, la gestión racional de la crisis sanitaria exige que sus causas y los canales comerciales que la han difundido se conozcan con exactitud y cierta rapidez. Los brotes infecciosos tienden a complicarse con situaciones de pánico cuando se tarda en descubrir su origen y vías de propagación. En ese caso, los consumidores buscan culpables y magnifican la escasa información disponible. Por ello, la información correcta a la opinión pública es esencial. Y precisamente la comunicación es el error principal que se ha cometido en este caso.

La alerta alimentaria debió transmitirse a la opinión pública a través de los canales oficiales correspondientes, con las matizaciones debidas de los Gobiernos afectados en primera instancia, el alemán y el español. Pero en lugar de una información razonada, se difundió a la prensa la idea de que las causas de la infección procedían de una partida de pepinos españoles. Un conocimiento mínimo de los canales de producción y comercialización hubiera bastado para entender que, aunque las verduras procedieran de España, la contaminación pudo haberse incorporado en otras fases de la operación (durante el transporte, en el almacenamiento mayorista en la propia Alemania o en cualquier otro momento de la venta).

Ahora, la confusión inicial ya no puede corregirse y el daño económico está hecho. Los agricultores españoles pueden perder hasta 200 millones semanales a causa del parón de las importaciones hortofrutícolas, parón causado por la atribución sin matices del problema bacteriológico a las verduras del sur de España. Esta no es la forma adecuada de gestionar una alarma alimentaria. Cabe esperar que, al menos, el brote no se extienda y sus causas se conozcan en los próximos días.


El País - Editorial

Cordón sanitario sí, pero con Bildu

Ha llegado la hora de recuperar la vieja idea del cordón sanitario que cierta izquierda extrema quería aplicarle al PP pero para utilizarla con Bildu.

La última y más inesperada de las sorpresas postelectorales podría materializarse en pactos entre Bildu y el PSOE. Aunque Patxi López descartaba no hace mucho acuerdos a corto plazo entre las dos formaciones, todo indica que los contactos ya existen y que caben pactos en un futuro no tan lejano como dice desear el lehendakari. Sería, en principio, algo que ciertos sectores del PSE vienen demandando desde hace tiempo: convertir a Bildu en la Esquerra del País Vasco y pactar alegremente con ella para formar gobiernos "de izquierdas".

El problema es que, para la mayor parte de votantes del PSE, y no digamos ya del PSOE, llegar a acuerdos con Bildu es directamente un insulto. Es posible que algunos de ellos estuviesen más o menos de acuerdo con legalizar las listas, pero de ahí a pactar con la sucesora de Batasuna (y, por tanto, de ETA) media un trecho importante. Eso, en la parte que toca al PSOE y sus votantes. Para el resto del país, ver cómo el partido de Rubalcaba se solaza con Bildu después del indigno espectáculo del Tribunal Constitucional es una doble e intolerable traición.


Lleguen o no a acuerdos, no deja de resultar llamativo que un partido que gobierna gracias al apoyo del PP se deslice por semejante pendiente. Por ello, Antonio Basagoiti, socio de legislatura de López, tiene la obligación política y, especialmente, moral de cortar por lo sano sus ataduras el Gobierno autonómico en el caso de que esas conversaciones continúen y de que termine produciéndose un pacto, aunque sea mínimo, con Bildu.

Ha llegado la hora de recuperar la vieja idea del cordón sanitario que cierta izquierda extrema quería aplicarle al PP, pero para utilizarla con Bildu. Sería del todo deseable que una formación que es instrumentada por ETA viese cómo el resto de partidos –incluido el PNV– la margina en todas las instituciones. Por desgracia, es dudoso que, por lo que se refiere a los partidos nacionalistas, semejante política vaya a cuajar. El PSOE, sin embargo, debería de ser el más interesado en ello, si es que de verdad quiere disponer de alguna oportunidad en las elecciones generales de marzo. Si la Nación y el Estado de Derecho no le interesan, al menos no debería desafiar sin sentido a su propio electorado.


Libertad Digital - Opinión

Candidato o ministro

Quien ha sido ministro y vicepresidente de Zapatero no tiene margen para presentarse como una opción distinta de lo que ya se conoce.

EL ministro del Interior y candidato socialista a La Moncloa en 2012, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha empezado su campaña electoral como si fuera el candidato de la oposición, y no del Gobierno que está dirigiendo España desde hace más de siete años. Sus primeras palabras apuntan a una estrategia bipolar de distanciamiento, por un lado, y declaraciones de lealtad, por otro, hacia Rodríguez Zapatero. Pero llama la atención que ayer hiciera unas declaraciones en las que reclama confianza porque cree saber «lo que España necesita para los próximos cuatro años». Para decir lo que España necesita, Rubalcaba no precisa esperar a las elecciones generales de 2012, ni a las primarias de su partido. Tampoco hace falta que sea candidato. Basta con que se lo diga al presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, de quien él es vicepresidente primero. Estas manifestaciones las puede hacer quien nunca haya estado en el poder durante estos años de crisis económica brutal, o quien nunca haya secundado dócilmente las decisiones de Rodríguez Zapatero. Rubalcaba no está en ninguno de estos supuestos, así que está tardando en decir públicamente cómo puede salir España de la crisis y en aleccionar al jefe del Ejecutivo en la dirección correcta.

Este es el problema de no representar una verdadera renovación ni encarnar un discurso desligado del saldo negro que arroja el Gobierno socialista. Quien ha sido ministro y vicepresidente de Zapatero no tiene margen para presentarse como una opción distinta de lo que ya se conoce. Menos aún si el precandidato socialista no parece dispuesto a renunciar a la cartera de Interior. Debería hacerlo, ante todo, por una razón estética, que es bastante, porque quien va a liderar el enfrentamiento del PSOE con el PP no debe al mismo tiempo dirigir las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Pero también debería hacerlo para no dispersar la atención que merece el Ministerio del Interior, que tiene las cuentas pendientes de la acampada ilegal de la Puerta del Sol —mal envite para atraer a los abstencionistas de izquierda— y de otros asuntos no menores, como la vigilancia sobre Bildu, la detención de Troitiño o el esclarecimiento del «caso Faisán».

Rubalcaba, como dijo astutamente la ministra de Defensa, Carme Chacón, tiene una dilatada trayectoria. Por eso, el candidato socialista va a tener que trabajar mucho, no solo para ganar las elecciones, sino, principalmente, para hacerse creíble como algo diferente de lo que representa Zapatero.


ABC - Editorial

Los dos coches de la m. Por Arturo Pérez-Reverte

Pues eso. Que son las once y media de la mañana y voy dando un paseo por el centro de Madrid. Acabo de calzarme un vermut con pincho de tortilla en la barra del Schotis, en la Cava Baja, justo enfrente de la Taberna del Capitán Alatriste, y ahora camino despacio, mirando librerías y escaparates, aprovechando que hoy me tocaba bajar a Madrid porque tengo Academia, y no me pego las habituales ocho horas de madrugar y darle a la tecla que me calzo cada día. Porque, según para qué cosas, no hay más irritante esclavitud laboral que ser tu propio jefe. Contigo mismo resulta imposible escaquearse. O casi.

El caso es que voy dando una vuelta tranquila por el viejo Madrid, que en mañanas soleadas como ésta suele estar para comérselo, mientras pienso que hay capitales europeas más limpias -cualquiera de ellas, me temo-, más elegantes, monumentales y cultas; pero muy pocas, o ninguna, tienen el hormigueo de vida natural que bulle en ésta, el carácter peculiar que imprimen los miles de bares, terrazas y restaurantes, la animación de sus calles, el mestizaje magnífico de razas y acentos diversos. Hasta los turistas, que en otras ciudades europeas son núcleos humanos móviles que no se integran en el paisaje urbano, en Madrid se imbrican en el gentío general con toda naturalidad, formando parte de él; como si aquí se borrasen recelos y líneas divisorias y en las calles de esta ciudad se volviesen, por el hecho de pisarlas, tan madrileños como el que más. En esta especie de legión extranjera cuya identidad se basa, precisamente, en la ausencia de identidad; o tal vez en la suma indiscriminada, bastarda y fascinante, de infinitas identidades.

Voy pensando en eso, como digo, esperando que sea la hora del segundo vermut, esta vez con patatas a lo pobre como tapa, en el bar Andaluz de la Plaza Mayor, cuando, al pasar ante una tienda donde está el dueño en la puerta -nos saludamos desde hace años-, éste señala hacia dos coches negros detenidos enfrente, en torno a los que hay siete u ocho pavos con traje oscuro y pinganillo en la oreja. «Tiene narices -me espeta-. Llevo aquí desde las nueve de la mañana, como cada día, en esta tienda que no he cerrado todavía porque hay ocho familias que desde hace treinta años dependen de que siga abierta, y ahí los tiene usted. Las once y media, y esperando a que baje la ministra.»

Me paro a mirar, sorprendido. Nunca había coincidido con esos dos coches en esta calle. No sabía, comento, que viviese ahí una ilustre rectora de nuestras vidas y costumbres. Pero el dueño de la tienda me informa de que sí, desde hace tiempo. Antes ya de ser ministra o de lo que sea ahora. «Y oiga -añade con amargura-. Cada día la veo salir de su casa desde mi tienda, y raro es cuando lo hace antes de las diez o las once de la mañana. Pero lo mejor es el tinglado que se monta cada vez: los dos coches oficiales, los chóferes, los escoltas y todo el barullo. Hay que joderse, ¿no? Cualquiera diría que están esperando a Barack Obama.»

Buscando aliviarle la pesadumbre, respondo que es lógico. Que un ministro arrastra su inevitable parafernalia, y que vea el lado positivo: lo ejemplar de que la pava, pese al cargo oficial, los coches y los guardaespaldas con pinganillo, siga viviendo en un barrio céntrico y castizo como éste. Sin renunciar, añado con retranca, a sus esencias naturales. Pero el tendero se chotea. «¿Naturales? –responde-. ¿Se imagina usted a una ministra yendo a las rebajas del Corte Inglés?... Además, no diga que no es para encabronarse. Todos con el agua al cuello, sobreviviendo como podemos mientras se cierra una tienda tras otra, y esa señora moviliza dos coches oficiales y a seis tíos cada mañana para ir al curro, como hoy, pasadas las once y media. Eche cuentas: multiplíquelo por el número de ministros y sume los altos cargos que quiera. El circo y el derroche que cada día nos restriegan por las narices.»

«Igual éstos que los que vendrán luego -pronostico lúgubre, para darle ánimos-. Y con las mismas ganas de coche.» Luego me despido y sigo unos metros calle abajo, hasta una librería que está muy cerca. Y mientras compruebo cómo disminuye cada día la pila de ejemplares de Los enamoramientos de Javier Marías en la mesa de novedades, comento lo de la vecina ministra. No sabía, le comento al librero, que ese notable ornato de la política nacional vivía por aquí. Y el librero, al que también conozco hace años, encoge los hombros y responde: «Eso dicen, pero no la he visto nunca. No ha puesto los pies en la librería en la puta vida».


XL Semanal