Deberíamos tomarnos con más sensatez el papel de las nuevas tecnologías. Son una herramienta, más o menos útil, pero una herramienta. Quienes han incendiado Londres han sido un grupo de vándalos, no Blackberry Messenger.
El 5 de octubre de 1985, la Policía de Londres detuvo a un joven negro, tras lo cual procedió a registrar su casa. Durante el registro la madre del detenido, Cynhia Jarrett, murió. Al día siguiente comenzaron unos disturbios que se saldaron con el asesinato de un policía, Keith Blakelock, al que una turba intentó decapitar con machetes y cuchillos.
Estos sucesos tuvieron lugar en el barrio de Tottenham, al norte de Londres, que está siendo noticia esta semana por unos disturbios similares. Una semana antes, otro incidente había provocado problemas similares en Brixton, al sur de la ciudad, donde han tenido lugar tumultos aún peores en 1981 y 1995. Ambos son barrios pobres, con mucha inmigración.
Sin embargo, muchos periodistas se han lanzado en plancha para buscar la causa tecnológica detrás de la violencia que está viviendo su capital. Para algunos ha sido Twitter; para los más, Blackberry Messenger. No cabe duda de que este último ha jugado un papel importante en la coordinación de parte de los actos vandálicos de Londres. Pero resulta difícilmente defendible atribuirle un papel central, toda vez que disturbios idénticos han tenido lugar antes de los smartphones e incluso antes de los móviles.
No cabe duda de que las tecnologías de la comunicación facilitan la organización de este tipo de cosas. Pero deberíamos tomarnos con más sensatez el papel de las nuevas tecnologías. Son una herramienta, más o menos útil, pero una herramienta. Quienes han incendiado Londres han sido un grupo de vándalos que debería estar entre rejas, como están reclamando los propios londinenses. Sin Blackberry ni Twitter los criminales hubieran usado otra cosa, como han hecho hasta ahora.
RIM ya tiene bastantes problemas como para que encima le queramos echar encima éste. Sobre todo cuando su única culpa es ofrecer un servicio seguro para sus clientes, cifrado para que nadie más que ellos y quienes ellos decidan puedan acceder a sus mensajes.
Estos sucesos tuvieron lugar en el barrio de Tottenham, al norte de Londres, que está siendo noticia esta semana por unos disturbios similares. Una semana antes, otro incidente había provocado problemas similares en Brixton, al sur de la ciudad, donde han tenido lugar tumultos aún peores en 1981 y 1995. Ambos son barrios pobres, con mucha inmigración.
Sin embargo, muchos periodistas se han lanzado en plancha para buscar la causa tecnológica detrás de la violencia que está viviendo su capital. Para algunos ha sido Twitter; para los más, Blackberry Messenger. No cabe duda de que este último ha jugado un papel importante en la coordinación de parte de los actos vandálicos de Londres. Pero resulta difícilmente defendible atribuirle un papel central, toda vez que disturbios idénticos han tenido lugar antes de los smartphones e incluso antes de los móviles.
No cabe duda de que las tecnologías de la comunicación facilitan la organización de este tipo de cosas. Pero deberíamos tomarnos con más sensatez el papel de las nuevas tecnologías. Son una herramienta, más o menos útil, pero una herramienta. Quienes han incendiado Londres han sido un grupo de vándalos que debería estar entre rejas, como están reclamando los propios londinenses. Sin Blackberry ni Twitter los criminales hubieran usado otra cosa, como han hecho hasta ahora.
RIM ya tiene bastantes problemas como para que encima le queramos echar encima éste. Sobre todo cuando su única culpa es ofrecer un servicio seguro para sus clientes, cifrado para que nadie más que ellos y quienes ellos decidan puedan acceder a sus mensajes.
Libertad Digital - Opinión
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