La situación en las autonomías empieza a ser dramática. A la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, se le escapó recientemente, en un arrebato de sinceridad ante Gallardón, que la realidad es que su Gobierno no tiene «un puto duro». Y es verdad. Las administraciones públicas, particularmente las regionales y locales, están en situación de semiquiebra, acuciadas por unas deudas que no pueden pagar y, en algunos casos, como Castilla-La Mancha, ni siquiera refinanciar. No hay un euro de verdad y la situación es extrema porque se dan situaciones, como Andalucía, donde los medicamentos no se pagan desde hace más de dos años, o como Castilla-La Mancha, que lleva tres meses sin liquidar a las farmacias, o Valencia, con empresas que están teniendo que cerrar porque la televisión autonómica acumula meses de demora en la actualización de sus compromisos. Las comunidades están arruinadas y los ayuntamientos también. Lo peor es que el problema no se solventa ya sólo con recortes. Los recortes en el gasto corriente son completamente necesarios porque habíamos hinchado la Administración con una compleja maraña burocrática en gran medida inservible, saturada de altos cargos y asesores, despachos y coches oficiales, edificios y empresas públicas ineficientes. Ha sido tal el descontrol, que nadie sabe a ciencia cierta el volumen real de lo adeudado. Cada vez que se hurga en un cajón aparecen facturas sin pagar, algunas hasta en pesetas. El Gobierno toledano de Barreda dijo que el montante de impagados por su Gobierno, en lo que va de año, ascendía a 700 millones de euros, pero una vez vistas las cuentas y analizadas de verdad, resulta que son 2.000 millones más.
Sinceramente creo que en la reunión de hoy del Consejo de Política Fiscal y Financiera, el Ejecutivo no va a tener más remedio que buscar una fórmula para desbloquear esta situación de falta de tesorería que supone una amenaza real de suspensión de pagos. Pero abrir la mano significa incumplir la previsión de déficit para este año, y eso tendrá una repercusión inmediata en la imagen de España en los mercados.
La solución no es fácil, y en todo caso debería pasar siempre por un ajuste completo de gastos innecesarios. Pese a los últimos recortes, aún nuestras autonomías mantienen mucha incomprensible inversión en servicios improductivos, representación institucional, «acción exterior», televisiones gigantescas y otras camelancias innecesarias creadas a mayor gloria de los políticos.
Tendrán que recortar hasta quedarse con lo indispensable para gestionar bien, y en segundo lugar han de empezar a pagar lo que deben. La única manera de que nos dejen tranquilos los tiburones financieros es saneando las cuentas, volviendo a ponerlas como las tuvimos con Aznar. Si para pagar deudas hay que vender activos, que lo hagan. Tienen edificios, terrenos, locales, televisiones, empresas y mucho patrimonio que pueden colocar a quien esté dispuesto a adquirirlo. Ahora es difícil, pero no imposible. Sólo hay que ponerse manos a la obra. Y después, cuando hayamos conseguido equilibrar, no volvernos a endeudar a lo loco como se ha hecho en estos años de zapaterismo inconsciente.
La solución no es fácil, y en todo caso debería pasar siempre por un ajuste completo de gastos innecesarios. Pese a los últimos recortes, aún nuestras autonomías mantienen mucha incomprensible inversión en servicios improductivos, representación institucional, «acción exterior», televisiones gigantescas y otras camelancias innecesarias creadas a mayor gloria de los políticos.
Tendrán que recortar hasta quedarse con lo indispensable para gestionar bien, y en segundo lugar han de empezar a pagar lo que deben. La única manera de que nos dejen tranquilos los tiburones financieros es saneando las cuentas, volviendo a ponerlas como las tuvimos con Aznar. Si para pagar deudas hay que vender activos, que lo hagan. Tienen edificios, terrenos, locales, televisiones, empresas y mucho patrimonio que pueden colocar a quien esté dispuesto a adquirirlo. Ahora es difícil, pero no imposible. Sólo hay que ponerse manos a la obra. Y después, cuando hayamos conseguido equilibrar, no volvernos a endeudar a lo loco como se ha hecho en estos años de zapaterismo inconsciente.
La Razón - Opinión
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