Extremadura inauguró ayer un cambio político sin precedentes al ser proclamado presidente regional el dirigente del PP José Antonio Monago, el primer candidato que no pertenece al PSOE desde que en España se puso en marcha el Estado de las autonomías. La comunidad extremeña era la única, junto con la andaluza, que no había experimentado la alternancia en el Gobierno, por lo que la jornada de ayer debe saludarse, antes que nada, como un triunfo de la democracia. La esencia de todo sistema de libertades es incompatible con la perpetuación de un partido en el poder, sea del color que sea. Extremadura era una prolongada anomalía que reflejaba un entramado de muy mala calidad democrática, caciquil y aherrojado por una casta ideológica. Es decir, lo que empezó siendo una elección libre e impecable degeneró en un régimen político en el que la oposición estaba condenada a servir de coartada. Por tanto, la designación de Monago tiene el acierto previo de oxigenar una administración autonómica que olía a podrido y de devolver a los extremeños la certeza de que son ciudadanos libres con capacidad de cambiar de criterios políticos y de gobernantes. Le corresponde ahora al nuevo presidente no defraudar a sus paisanos, trabajar duramente por el desarrollo económico de la región y, en la medida de lo posible, demostrar que la opción de gobierno del PP es mucho más eficiente, más fiable y menos costosa que la socialista. Monago en Extremadura y Cospedal en Castilla-La Mancha son hoy no sólo la punta de lanza del PP, sino el escaparate de lo que puede ser un Gobierno de la nación dirigido por el partido de Mariano Rajoy. Y, por añadidura, lo que puede ser Andalucía si en las próximas elecciones Javier Arenas pone fin a tres décadas de régimen socialista. En este punto, es obligado hacer referencia al papel desempeñado por IU en el cambio extremeño. Con su prepotencia habitual, los dirigentes socialistas han recurrido a todo tipo de extorsiones para impedirlo, argumentando que un partido de izquierdas jamás puede favorecer a uno de derechas. Tal planteamiento revela no sólo la pobreza democrática de un socialismo anclado en el frentepopulismo del siglo pasado, sino el desprecio hacia una formación progresista que el PSOE ha usado como simple colgajo ornamental. Hace quince años, cuando IU defendía un proyecto independiente, era la tercera fuerza parlamentaria; hoy, tras rebajarse a escabel al PSOE, está a punto de desaparecer del Congreso. ¿Con qué autoridad moral pueden Cayo Lara y Llamazares desautorizar a IU de Extremadura por abstenerse en la votación que ha encumbrado a Monago? No parece que los enterradores puedan dar lecciones comadronas. Es notorio que la izquierda española padece una crisis irreversible tanto de credibilidad –pues sus gobiernos sólo han conducido a la ruina económica– como de formulación ideológica. El movimiento del 15-M es buena muestra de ello. De ahí que la disdencia de la IU extremeña tenga el valor añadido de una rebelión contra una burocracia nacional cuya máxima aspiración es sobrevivir como subalterna del PSOE. Incluso por eso, el cambio extremeño es un ejemplo de dignidad.
La Razón - Editorial
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