No sé si la coacción que se ha ejercido sobre ellos se diferencia de la que aplicaría un régimen autoritario. Dos ministros, los de Educación y Cultura, qué ironía, exigen rectificación, ergo censura.
El tiempo pasa y la ignorancia permanece. Crece, en realidad, exponencialmente. En su día, cualquier persona de cierta cultura, máxime en la izquierda, conocía la caracterización que el politólogo Juan Linz había hecho del régimen de Franco. Por abreviar, el profesor sostuvo que el franquismo se encuadraba en los sistemas políticos autoritarios y no en los totalitarios, y el rigor de su análisis, expuesto en varias obras, había garantizado su supervivencia. Hasta ahora. Hasta que salieron de las guarderías los ninis y llegaron arriba, alegremente liberados de cualquier lastre intelectual y libresco. Hoy, por la misma definición que formulara Linz, quieren fusilar a la Real Academia de la Historia. La conjura de los necios, incansable látigo de los enemigos del pueblo, ha encontrado allí un nido de fachas peligrosos.
Vengan los carcamales con sutilezas, que no cuelan. Al pan, pan, al vino, vino, a la dictadura, dictadura y al asesino, asesino. Un buen panfleto es lo que se pide a los académicos y no rebuscadas fórmulas de la ciencia política. Ante todo, porque no las entienden los nenes. De otro modo, ¿cómo explicar que estos sagaces denunciantes crean que un régimen autoritario no es una dictadura? Habrá que volver a la pizarra para explicar conceptos elementales, y con ejemplos. Digamos, pues, que esta desviación respecto de la línea del Partido, no ocurriría en un sistema totalitario consolidado, aunque tampoco puede estar nadie seguro de que no es un agente del fascio. Bien lo avisó Beria: "Entréguenme a quien les plazca y en veinticuatro horas le obligaré a confesar que es un espía británico". Quiere decirse, en nuestro caso, que Carlos Seco no compensa su calumnia a Negrín ni con el hecho de que su padre fuera fusilado por oponerse a Franco.
Descartado, por el qué dirán, el destino que el totalitarismo reservaría a los académicos criptofranquistas, amén de machistas, centralistas y viejos, me queda una duda. No sé si la coacción que se ha ejercido sobre ellos se diferencia de la que aplicaría un régimen autoritario. Dos ministros, los de Educación y Cultura, qué ironía, exigen rectificación, ergo censura. Y Sinde no excluye la retirada de la obra, cuestión que ha aplazado hasta analizar su contenido. Pero esta nueva sublevación contra el diccionario –ya hubo una similar contra el de la Lengua– muestra un rasgo propio de la mentalidad totalitaria, que no reconoce la existencia de ningún ámbito ajeno a la política. No se salvan ni los diccionarios.
Vengan los carcamales con sutilezas, que no cuelan. Al pan, pan, al vino, vino, a la dictadura, dictadura y al asesino, asesino. Un buen panfleto es lo que se pide a los académicos y no rebuscadas fórmulas de la ciencia política. Ante todo, porque no las entienden los nenes. De otro modo, ¿cómo explicar que estos sagaces denunciantes crean que un régimen autoritario no es una dictadura? Habrá que volver a la pizarra para explicar conceptos elementales, y con ejemplos. Digamos, pues, que esta desviación respecto de la línea del Partido, no ocurriría en un sistema totalitario consolidado, aunque tampoco puede estar nadie seguro de que no es un agente del fascio. Bien lo avisó Beria: "Entréguenme a quien les plazca y en veinticuatro horas le obligaré a confesar que es un espía británico". Quiere decirse, en nuestro caso, que Carlos Seco no compensa su calumnia a Negrín ni con el hecho de que su padre fuera fusilado por oponerse a Franco.
Descartado, por el qué dirán, el destino que el totalitarismo reservaría a los académicos criptofranquistas, amén de machistas, centralistas y viejos, me queda una duda. No sé si la coacción que se ha ejercido sobre ellos se diferencia de la que aplicaría un régimen autoritario. Dos ministros, los de Educación y Cultura, qué ironía, exigen rectificación, ergo censura. Y Sinde no excluye la retirada de la obra, cuestión que ha aplazado hasta analizar su contenido. Pero esta nueva sublevación contra el diccionario –ya hubo una similar contra el de la Lengua– muestra un rasgo propio de la mentalidad totalitaria, que no reconoce la existencia de ningún ámbito ajeno a la política. No se salvan ni los diccionarios.
Libertad Digital - Opinión
0 comentarios:
Publicar un comentario