Con el rescate de Grecia, la supervivencia y la credibilidad de más de medio siglo de construcción europea están en juego.
EL euro no es una moneda cualquiera. Para los europeos es el símbolo de una voluntad de afrontar juntos los desafíos de un mundo globalizado y es el instrumento en el que se basa la economía y el bienestar de casi quinientos millones de personas. Decir que hemos llegado a un punto en el que estamos jugando con fuego y que cualquier cosa puede suceder no es en modo alguno una exageración. Grecia ha entrado en una situación en la que ya no es posible ser optimista y dependiendo de lo que pase en Grecia, la existencia misma del euro puede estar en peligro.
La moneda ha sido, junto a las fronteras y el ejército, uno de los atributos esenciales de un Estado y puesto que la Unión Europea no ha conseguido elevarse lo bastante sobre la soberanía de sus países miembros, a la primera crisis seria el euro se encuentra prisionero de los intereses particulares. Los líderes que deberían velar por la supervivencia de las instituciones comunes están más pendientes de las reacciones en sus parlamentos nacionales, que en muchos casos han sido infectados ya por el virus del populismo nacionalista. No es de extrañar que junto a la crisis del euro se hayan visto también amenazas contra la abolición de las fronteras internas. Y frente a esta inquietante situación hay que reconocer que las instituciones comunitarias que deberían haber salido reforzadas por el Tratado de Lisboa, se han mostrado más ineficaces que nunca. El presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, sigue actuando como si todo pudiera resolverse con mayores dosis de propaganda, mientras los miles de funcionarios que dependen de él languidecen en sus oficinas esperando un impulso político que nadie encuentra en Bruselas.
El tiempo apremia y por duras que puedan parecer las reformas y los recortes del gasto público, cualquier alternativa sería infinitamente peor, y la más perniciosa de todas, la desaparición del euro. El primer ministro griego, Papandreu, ha dicho que puede lograr que el plan de ajuste se apruebe en Atenas, pero ha pedido que los demás dirigentes europeos hagan prueba de unidad para ayudarle a convencer a sus ciudadanos. Unos y otros tienen motivos sobrados para cumplir con su obligación, porque la supervivencia y la credibilidad de más de medio siglo de construcción europea están en juego.
La moneda ha sido, junto a las fronteras y el ejército, uno de los atributos esenciales de un Estado y puesto que la Unión Europea no ha conseguido elevarse lo bastante sobre la soberanía de sus países miembros, a la primera crisis seria el euro se encuentra prisionero de los intereses particulares. Los líderes que deberían velar por la supervivencia de las instituciones comunes están más pendientes de las reacciones en sus parlamentos nacionales, que en muchos casos han sido infectados ya por el virus del populismo nacionalista. No es de extrañar que junto a la crisis del euro se hayan visto también amenazas contra la abolición de las fronteras internas. Y frente a esta inquietante situación hay que reconocer que las instituciones comunitarias que deberían haber salido reforzadas por el Tratado de Lisboa, se han mostrado más ineficaces que nunca. El presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, sigue actuando como si todo pudiera resolverse con mayores dosis de propaganda, mientras los miles de funcionarios que dependen de él languidecen en sus oficinas esperando un impulso político que nadie encuentra en Bruselas.
El tiempo apremia y por duras que puedan parecer las reformas y los recortes del gasto público, cualquier alternativa sería infinitamente peor, y la más perniciosa de todas, la desaparición del euro. El primer ministro griego, Papandreu, ha dicho que puede lograr que el plan de ajuste se apruebe en Atenas, pero ha pedido que los demás dirigentes europeos hagan prueba de unidad para ayudarle a convencer a sus ciudadanos. Unos y otros tienen motivos sobrados para cumplir con su obligación, porque la supervivencia y la credibilidad de más de medio siglo de construcción europea están en juego.
ABC - Editorial
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