sábado, 4 de junio de 2011

Generalizado. Por M. Martín Ferrand

La oposición anda de susto en susto porque descubre los agujeros existentes en nuestras cuentas públicas.

NI siquiera en una democracia medianeja, como la nuestra, en la que los poderes del Estado viven en escandaloso amancebamiento, la oposición es un concepto concreto y rígido. Los grandes partidos la integran en las circunscripciones y planos administrativos en los que no actúan como poder establecido. Por eso resulta pasmosa la lejanía que, salvo casos muy concretos y no exclusivos de ninguna formación, la oposición tiene de la realidad en que, se supone, actúa como alternativa potencial y control efectivo. Más grave todavía: lo poco que los ciudadano alcanzamos a conocer de las costosas disfunciones en las distintas células del poder —nacional, autonómico y local— las percibimos a través de los medios de comunicación. Como decía hace algo más de un siglo Joseph Pulitzer, «no resulta exagerado decir que la prensa —humilde, la señalaba con minúscula— es la única gran fuerza bien organizada que está activa y unida en la conservación de la rectitud civil».

Algo, quizá demasiado, ha mermado el sentido ético de los periódicos con respecto a la visión del húngaro que asentó en los EE.UU. un periodismo «sin barba y con conciencia», como le describió Baura; pero su afirmación sigue siendo exacta. Todos los demás implicados en el fenómeno común de la sociedad tienen sus «compromisos» establecidos. Los médicos quieren salvarnos el cuerpo; los ministros de las distintas religiones, el alma y los políticos, la ideología. A los ingenieros les preocupan los puentes y las fábricas del mismo modo que a los abogados los pleitos y a los fontaneros las cañerías y los grifos. Solo el periodismo independiente, tan en extinción como el urogallo, tiene una visión completa y desinteresada del conjunto de la sociedad y, con perdón, de la Nación.

Ahora la oposición —las oposiciones— andan de susto en susto porque descubren los agujeros existentes en nuestras cuentas públicas. Los dos aspirantes a suceder a José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y el «candidato natural», se maravillan con el retraso en los pagos a los acreedores de las Administraciones y de otros parecidos fenómenos de ruina y desorden. ¿Qué habrán estado haciendo durante todo este tiempo? Bastaría con que leyeran los periódicos con cierta atención para que tuvieran un más claro conocimiento de una realidad que es insostenible y que, aunque cueste muchos votos y genere protestas rabiosas, exige cirugía implacable y rigor absoluto. Ni la desobediencia civil, como la de los «indignados», ni las deudas recalcitrantes como las de las Administraciones, son tolerables en un Estado que se dice «de Derecho» y que está torcido en su rumbo.


MEDIO - Opinión

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