ENCABEZAMIENTO
Hace tiempo que el peronismo dejó de ser un sustantivo argentino para convertirse en un adjetivo iberoamericano. Dada la asombrosa, casi inhumana capacidad de fascinación verbal de los rioplatenses occidentales, las cuatro generaciones que lleva Argentina bajo la ruinosa bota de los peronistas han alumbrado, paradójicamente, uno de los dos modelos retóricos del subdesarrollo inducido. El otro es el castrismo, que tuvo en otro argentino, Ernesto Guevara, el modelo estético de una dictadura más larga y sanguinaria que ninguna otra. Pero ambos, Cuba y Argentina, son la prueba de que los países más prósperos del mundo pueden convertirse en los más miserables y fallidos si padecen un socialismo pertrechado de demagogia o una demagogia adobada de socialismo.
Desde que Evita se convirtió en musical de Broadway, los aspectos más genuinamente demagógicos del peronismo se sentimentalizaron hasta extremos delirantes y, por ende, universales. La ridícula mixtura de Evita y el Che sobre el escenario -un ídolo pronazi y un ídolo postcomunista- fue más allá del Pacto Hitler-Stalin o Molotov-Von Ribbentrop. Tal vez porque, para llegar vivo al siglo XXI, al socialismo totalitario del siglo XX le sobraron muertos y le faltó cursilería, le sobró un plan de dominación mundial pero le faltó guerracivilismo. Los Castro caerán, pero los peronistas siempre logran que caigan los demás. Por eso, el PSOE erró al tomar como modelo el PRI. El Justicialismo le pega más.
Rubalcaba ha empezado su campaña presidencial en plan Evita con barbas, atacando la «especulación» en el mundo financiero. Tiene bemoles, ver atacando a la Banca al vicepresidente de un Gobierno que ha presumido de tener «el mejor sistema financiero del mundo», que luego ha organizado el rescate bancario más caro de la Historia y que ha eternizado el despilfarro y la corrupción política en las Cajas de Ahorro. Pero si se trata de cortejar a la extrema izquierda, ese discurso que mezcla los Protocolos de los sabios de Sión y el Libro Verde de Gadafi, la lucha obamiana contra la Codicia y la peronista contra la Sinarquía Internacional, podría funcionar. De momento, las encuestas anuncian que el fracaso en el 2000 del PSOE de Almunia, cuando se echó a la izquierda con la IU de Frutos y facilitó la mayoría absoluta de Aznar, se repetiría. Pero si Rubalcaba se afeita y se pone una peluca rubia, a saber. Sería la caraba, Evita Rubalcaba.
Desde que Evita se convirtió en musical de Broadway, los aspectos más genuinamente demagógicos del peronismo se sentimentalizaron hasta extremos delirantes y, por ende, universales. La ridícula mixtura de Evita y el Che sobre el escenario -un ídolo pronazi y un ídolo postcomunista- fue más allá del Pacto Hitler-Stalin o Molotov-Von Ribbentrop. Tal vez porque, para llegar vivo al siglo XXI, al socialismo totalitario del siglo XX le sobraron muertos y le faltó cursilería, le sobró un plan de dominación mundial pero le faltó guerracivilismo. Los Castro caerán, pero los peronistas siempre logran que caigan los demás. Por eso, el PSOE erró al tomar como modelo el PRI. El Justicialismo le pega más.
Rubalcaba ha empezado su campaña presidencial en plan Evita con barbas, atacando la «especulación» en el mundo financiero. Tiene bemoles, ver atacando a la Banca al vicepresidente de un Gobierno que ha presumido de tener «el mejor sistema financiero del mundo», que luego ha organizado el rescate bancario más caro de la Historia y que ha eternizado el despilfarro y la corrupción política en las Cajas de Ahorro. Pero si se trata de cortejar a la extrema izquierda, ese discurso que mezcla los Protocolos de los sabios de Sión y el Libro Verde de Gadafi, la lucha obamiana contra la Codicia y la peronista contra la Sinarquía Internacional, podría funcionar. De momento, las encuestas anuncian que el fracaso en el 2000 del PSOE de Almunia, cuando se echó a la izquierda con la IU de Frutos y facilitó la mayoría absoluta de Aznar, se repetiría. Pero si Rubalcaba se afeita y se pone una peluca rubia, a saber. Sería la caraba, Evita Rubalcaba.
e-pésimo (El Mundo) - Opinión
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