Requerido de urgencia, Anguita se negó a mediar en el intento de salvarle los últimos muebles al zapaterismo.
LA semana pasada, cuando las bases de Izquierda Unida se amotinaban contra la consigna de sus dirigentes de apoyar a los socialistas para cerrar el paso al PP en los ayuntamientos en que aún era posible, Julio Anguita recibió varias llamadas en su retiro de una Córdoba perdida por los suyos al cabo de treinta años de casi ininterrumpida hegemonía. Los jefes de la coalición pedían su ayuda para convencer a los insumisos. El viejo califa rojo se encogió de hombros y, con la deserción de Rosa Aguilar en la mente, vino a decir que cada cual se atuviese a las consecuencias de lo que se había buscado. Repitió su letanía de «programa, programa, programa» y se negó a mediar en el intento de salvarle los últimos muebles al zapaterismo. Quince años después, el jubilado líder comunista sintió que el tiempo volvía a cargarlo de razones frente al empeño de sus sucesores por apuntalar al PSOE, una estrategia que jamás ha dejado de considerar un suicida complejo de dependencia política.
Alguna razón debe de tener cuando Izquierda Unida apenas ha logrado rentabilizar una pequeña parte del colapso socialista. La dirección actual de la formación no supo sacar rédito del desengaño del electorado y ha protagonizado un espectáculo patético al fracasar en el intento posterior de taponar la hemorragia socialdemócrata. La sumisión faldera de Llamazares y la falta de cuajo de Cayo Lara han difuminado sus posibilidades de alternativa izquierdista, empujando a muchos votantes desapegados de Zapatero hacia la abstención o incluso a UPyD. El propio Anguita ha contemplado de cerca cómo los electores cordobeses preferían la opción de un constructor corrupto de la “operación Malaya”, capaz de saquear la cosecha de IU y del PSOE mientras el PP se disparaba hasta la mayoría absoluta. La rebelión asamblearia de los pactos es la respuesta espontánea contra unas órdenes que ignoraban el profundo hartazgo de muchos militantes en territorios donde el socialismo les ha venido imponiendo durante décadas un feudal criterio de vasallaje.
El fracaso del liderazgo de Lara y Llamazares consiste en su incompetencia para captar con propuestas razonables el apoyo de la clase media y media baja maltratada por la crisis. Se han movido entre el seguidismo gubernamental y los coqueteos antisistema, sin conseguir siquiera en plena revuelta del 15-M una facturación electoral significativa. Se equivocaron de análisis, de estrategia y de mensaje. Y se volvieron a equivocar al tratar de imponer por decreto a su gente quiénes son los adversarios y quiénes los amigos.
Al final, el discurso cansino del veterano califa de Córdoba emerge del pasado como la voz de un profeta desoído. No estaba tan mal encaminado cuando predicaba en el desierto. Para desierto, el de Llamazares en el Congreso. Al menos a Anguita, con la misma ley electoral, le acompañaban veinte diputados.
El fracaso del liderazgo de Lara y Llamazares consiste en su incompetencia para captar con propuestas razonables el apoyo de la clase media y media baja maltratada por la crisis. Se han movido entre el seguidismo gubernamental y los coqueteos antisistema, sin conseguir siquiera en plena revuelta del 15-M una facturación electoral significativa. Se equivocaron de análisis, de estrategia y de mensaje. Y se volvieron a equivocar al tratar de imponer por decreto a su gente quiénes son los adversarios y quiénes los amigos.
Al final, el discurso cansino del veterano califa de Córdoba emerge del pasado como la voz de un profeta desoído. No estaba tan mal encaminado cuando predicaba en el desierto. Para desierto, el de Llamazares en el Congreso. Al menos a Anguita, con la misma ley electoral, le acompañaban veinte diputados.
ABC - Opinión
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