viernes, 27 de mayo de 2011

Casas de tolerancia. Por M. Martín Ferrand

¿Es tolerable que los espacios públicos se conviertan en campamentos para la asamblea y el dislate?

ME gustaría saber quién fue el mago del lenguaje que, en brillante alarde de eufemismo, bautizó como casas de tolerancia a las que lo son de lenocinio. Esa es la magia del idioma, su elasticidad. Una casa de camas, o de citas, como muchos le siguen llamando a esos escondites urbanos, más antiguos que el mismísimo urbanismo, no ennoblece a quien las usa; pero lo de la tolerancia, la palabra máxima de la convivencia, les presta un aspecto respetable. Algo parecido ocurre con la Puerta del Sol de Madrid, la Plaza de Cataluña en Barcelona y demás espacios públicos españoles en los que, por su cuenta y sin riesgo alguno, han decidido acampar los «indignados» que quieren cambiar el mundo sin dedicarle demasiado esfuerzo a tan quimérico proyecto. Un curioso fenómeno que, sin ser gracioso, ha caído en gracia a gentes biempensantes, como Eduardo Punset, que, puesto a buscar antecedentes razonables a la sinrazón del caos ha comparado a los okupas ovetenses de la Plaza de la Escandalera con los esforzados viajeros que hace centenas de siglos inauguraron la ruta de la seda.

El progresismo de salón, como el toreo de la misma especie, cursa sin cornadas y no suele ser peligroso para quien lo luce y practica; pero puede producir daños a terceros, a gentes buenas y escasas de criterio a quienes se les induce a confundir el culo con las témporas. En aras de la libertad y la democracia, ¿es tolerable que los espacios públicos se conviertan en campamentos para la asamblea y el dislate? Se entiende que los jóvenes, y quienes hemos dejado de serlo, nos hayamos instalado en la indignación. Cinco millones de parados, una crisis inabordable, un gobierno inútil y una oposición más prudente que activa son una gran catapulta para el enfado individual y colectivo; pero, ¿el cauce adecuado para su expresión son los campamentos callejeros con olores desagradables, sospechosos y ciertos, y exhibición de zafiedad?

Mal hizo el ministro de Interior, aunque se le haya aplaudido la astucia, cuando no cumplió el mandato de la Junta Electoral Central y amparó el flagrante incumplimiento de la ley por parte de estas tribus indignadas que no coinciden en forma y tiempo con el verdadero cabreo de la mayoría cívica; pero ahora, en evitación de males mayores —que es como se le dice a la indecisión en la práctica administrativa—, el mal se perpetúa. Indefinidamente. Sé que predico contra corriente, que parecen mayoría quienes contemplan el fenómeno del desorden como muestra de salud social; pero, en puridad democrática, la pasividad de Interior es irresponsable. La casa es de putas aunque se le diga de tolerancia.


ABC - Opinión

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