domingo, 22 de mayo de 2011

22-M: Plebiscito al Zapaterismo

El turno, en un día como hoy, es de los españoles indignados, desempleados, hipotecados, desahuciados, endeudados y, en general, preocupados por el rumbo de los acontecimientos.

DESDE marzo de 2008, Rodríguez Zapatero no ha vuelto a ganar unas elecciones. El Partido Popular venció con claridad en los comicios europeos y obtuvo mayoría absoluta en Galicia. El socialismo catalán perdió a favor de CiU el Gobierno de la Generalitat, y en el País Vasco fue posible el cambio político —mandando al PNV a la oposición— por el apoyo del PP a Patxi López. Por tanto, las previsiones de las encuestas acerca del resultado de hoy en las urnas no reflejan un súbita tendencia electoral de los españoles, sino una opinión pública que progresivamente ha ido descubriendo el verdadero personaje político que representa Rodríguez Zapatero. La crisis económica, con su cargamento de falsedades y promesas socialistas incumplidas, no ha hecho sino acentuar la insostenibilidad del proyecto político zapaterista.

Las previsiones del PSOE sobre la evolución de la situación política y económica previa a las elecciones de hoy han fracasado, y así se ha venido reflejando en la que ha sido la peor campaña electoral socialista, coronada con una adhesión de última hora al «Movimiento 15-M», tan burda por su oportunismo como ineficaz en sus intenciones electoralistas. A falta de buenos resultados económicos y de gobierno político, el PSOE se enfrenta hoy a las urnas con una tasa de paro que dobla la que recibió en 2004 y con una nueva embestida de los mercados a la deuda pública española, casi simultánea a la jactancia de Zapatero por haber evitado el rescate de España. Cinco millones de parados y millón y medio de familias sin empleados retratan un mandato que merece el reproche de las urnas, pese al enésimo pronóstico del Gobierno sobre la mejoría inminente del empleo.


Pero lo económico no es todo lo que abochorna la gestión socialista de España. En poco menos de dos semanas, el mandato de Zapatero ha sumado daños inéditos a la estructura institucional del Estado, con las fracturas del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional en el enjuiciamiento de Sortu y Bildu. Fracturas nada ajenas a la doblez de los mensajes socialistas sobre estas franquicias de ETA, causa directa de que el Estado no haya tenido una voz única en este asunto. Sólo faltaba dejar sin autoridad a la Junta Electoral Central, y así ha sucedido, porque su declaración de ilegalidad de las concentraciones del «Movimiento 15-M» ha sido como predicar en el desierto. Al final, es muy significativo que Zapatero quede asociado, con la valoración que cada cual crea oportuna, a una reacción social de corte «altermundista» —y sin entidad ideológica alguna— y a la satisfacción de Bildu por participar en las elecciones de hoy. Tanto empeñarse Zapatero en evitar que se comparara a España con Irlanda, Portugal o Grecia, y ha conseguido que se la compare con Egipto o Túnez.

Por tanto, es absurdo negar a las elecciones de hoy la trascendencia nacional que la propia evolución del mandato de Zapatero le ha dado. Este 22-M es un plebiscito sobre el aún presidente del Gobierno, pero también sobre su partido, que ha secundado, una tras otra, cada una de las decisiones, propuestas, trampas y mentiras con las que el Ejecutivo ha pretendido esconder la crisis, primero, y burlar su responsabilidad, después.

No hay registrado en la historia democrática reciente un gobierno como el socialista que haya roto más consensos, que se haya conducido de manera más temeraria y que haya experimentado tan demencialmente con lo más básico del pacto constitucional, es decir, la concordia nacional. Y lo ha hecho sin reparar en los costes y sin renunciar a nada en aras del consenso o la paz social. Que ahora el PSOE eche culpas de la crisis a Aznar, al PP o a esa desconocida derecha extrema tantas veces citada por los socialistas sólo hace más notoria su cobardía política.

Ahora bien, las lecciones deben extraerlas los ciudadanos hoy en las urnas. Los diagnósticos políticos, las alertas económicas o los balances de gestión son irrelevantes frente al voto de cada elector, porque el futuro de España depende de ese voto, no de foros de sabios, ni de gabinetes de estudios. El turno, en un día como hoy, es de los españoles indignados, desempleados, hipotecados, desahuciados, endeudados y, en general, preocupados por el rumbo de los acontecimientos.

El 22-M representa la oportunidad de quebrar una dinámica que está claramente orientada hacia un estancamiento económico o, lo que es lo mismo, a un empobrecimiento general de la sociedad, a la frustración de una juventud angustiada por su futuro y al perjuicio a largo plazo de las estructuras —educativas, judiciales, sociales— que todo país necesita para remontar una crisis de dimensiones desconocidas hasta hoy. Sí, será un plebiscito para Zapatero y el PSOE.


ABC - Editorial

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