miércoles, 13 de abril de 2011

La Justicia y la Ley. Por Ignacio Camacho

Garzón tiene más madera de político que de juez, y por eso todo lo que le rodea está impregnado de prejuicios.

QUIZÁ la pena más dura que pueda recaer sobre el juez Garzón sea la constatación de que la Justicia española ha sobrevivido a su ausencia sin grandes cataclismos. Sigue siendo tan lenta, incoherente y politizada como antes, aunque algunos sumarios delicados, como el del bar Faisán, parecen ahora instruidos con mayor diligencia y criterio. Esa normalidad debe de resultar en sí misma un revés moral para el ego cósmico del supermagistrado, un tipo tan valeroso como arrebatado capaz de hacerse sombra a sí mismo; siempre tiene dentro un ramalazo de vehemencia obcecada y de notoriedad incontrolable que neutraliza su indiscutible coraje civil. Sucede que la ofuscación es mala compañera para un hombre de leyes, sobre todo cuando le lleva a brincar alegremente sobre las garantías y otros detalles del derecho procesal. En realidad, Garzón tiene más madera de político que de juez, y quizá por eso todo lo que toca y le rodea está impregnado de arbitrariedades y desafueros que contaminan la necesaria imparcialidad de la acción judicial y expanden a su alrededor una niebla de prejuicios.

En esa bruma de confusión interesada el magistrado se mueve con una naturalidad más propia de la política que del derecho. Experto en el manejo mediático domina los mensajes simplistas y las coartadas de simbolismo ideológico, y cuando se ve en aprietos tiende a sobreactuar con recargadas dosis de victimismo. Ese comportamiento es intrínsecamente político en la medida en que carga sobre los demás una culpa unívoca, según el clásico mecanismo de los liderazgos mesiánicos y banderizos. Al presentarse a sí mismo como paladín franco y espontáneo de causas justas, cualquier obstáculo que encuentre no puede ser sino fruto de una conspiración malvada. Garzón aplica y emite —paladinamente, puesto que deja que otros lo hagan por él— un discurso maniqueo típico de la retórica sectaria, que apela a categorías primarias y dualidades basadas en conceptos esquemáticos: malo / bueno, progresista / reaccionario, etc. Justo lo que el derecho combate a través de su compleja y metódica ponderación de circunstancias, matices, requisitos, reflexiones, casuismos… y reglas.

No cabe duda de que resulta chocante que el instructor del sumario Gürtel vaya a sentarse en el banquillo antes que los imputados en el proceso. Pero eso sucede porque el magistrado ha saltado a la ligera sobre el conjunto de pautas garantistas que tenía obligación de preservar, haciendo —presuntamente, claro— un uso instrumental abusivo de sus facultades jurídicas que, por afectar al derecho a la defensa de los acusados, puede comprometer incluso el buen fin de la investigación y de la causa. Aquí no caben enredos de índole ideológica, ni excusas victimistas ni argumentarios paranoicos. Se trata, simplemente, de que ni siquiera un juez puede situar la justicia —su idea particular de la justicia— por encima de la ley.


ABC - Opinión

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