miércoles, 13 de abril de 2011

El banquillo de Garzón

Con su mala praxis como instructor, el juez estrella ha puesto en vilo la legalidad de las imputaciones contra los acusados del «caso Gürtel»

LA apertura de juicio oral contra Baltasar Garzón por las grabaciones ilegales a los letrados del «caso Gürtel» mientras despachaban con sus defendidos en los centros penitenciarios donde estos cumplen prisión provisional demuestra que hace tiempo que tocó a su fin el ciclo alcista de este «juez estrella». Que Garzón es un mal instructor es algo de general conocimiento entre compañeros, fiscales y abogados. Los abundantes casos en que sus fallos de instrucción han motivado absoluciones o condenas mínimas lo acreditan de forma inapelable. Pero en el «caso Gürtel» Garzón cruzó la línea roja, porque vulneró el secreto inherente al derecho de defensa, como certeramente pone de manifiesto el instructor de la Sala Segunda, sin tener indicio alguno de delito cometido por los abogados defensores. De esta forma, Garzón expropió a los imputados de su derecho a no autoincriminarse y de una defensa efectiva porque tanto él como el Fiscal se pusieron al corriente, ilegalmente, de las estrategias que estaban preparando para sus posteriores comparecencias. Además, Garzón ha puesto en vilo la legalidad de las imputaciones contra los acusados del «caso Gürtel», en la medida en que la nulidad de las grabaciones pudiera contaminar las pruebas obtenidas con posterioridad y a consecuencia, precisamente, de dichas grabaciones. Sin embargo, esta contaminación de pruebas no es un efecto automático, y habrá que esperar hasta el juicio oral para que el tribunal competente decida si son o no válidas. En todo caso, el riesgo de nulidad es cierto y los defensores la esgrimirán legítimamente, porque Garzón se lo ha puesto en bandeja con su proceder contrario a los más elementales principios procesales. Por eso estaría justificado que este proceso por las escuchas del «caso Gürtel» fuera juzgado con rapidez, porque hay personas en prisión cuya situación podría cambiar si el instructor que los encarceló fuera condenado por prevaricador y si las pruebas en que se basó fueran declaradas nulas.

El mito Garzón se va diluyendo, y aflora su mala praxis como instructor. A pesar de la coraza mediático-política que pretende protegerlo, con giras internacionales y vídeos promocionales incluidos, la gravedad de los hechos por los que está acusado es sobre el personaje una enmienda a la totalidad. Prevaricación, cohecho, vulneración de derechos fundamentales. Son los peores delitos que un juez puede cometer. Aunque hay quien quiere ver una conspiración derechista contra Garzón, todo es más fácil de entender si solo se ve a un juez que ha jugado con la ley a su capricho.


ABC - Editorial

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