sábado, 5 de febrero de 2011

Maquiavelo ha desactivado a Rasputín, y algo más. Por Federico Quevedo

Les decía la semana pasada que no se confiaran, que me daba a mí la impresión de que todo esto de la sucesión de Rodríguez era un paripé, y que al final este hombre que ha conseguido llevar al país a la ruina y a una crisis existencial sin precedentes, haciendo gala de la sobredosis de autoestima y narcisismo que le son propios y convencido de que él, y solo él, es capaz de sacarnos del pozo, se volverá a presentar a las elecciones generales como candidato, subido esta vez a la ola del patriotismo reformista. Les hablaba, es verdad, con cierto conocimiento de causa, pero en esta ocasión estoy en condición de ofrecerles a ustedes más detalles que ponen de manifiesto la catadura del personaje y hasta dónde es capaz de llegar con tal de servir a su propia causa que es la única que le importa. Ya les avancé entonces cómo después de muchas semanas ofreciéndonos cual carnaza periodística la figura de Rubalcaba erigido en sucesor in pectore de Rodríguez, en la Convención socialista de Zaragoza se dedicaron a bajarle los humos al personaje.A

Bien, pongámonos en antecedentes porque es interesante hacer un cierto recorrido por los últimos meses. La fase más aguda del declive de Rodríguez Zapatero se produjo en el primer semestre del año, ese en el que nos tocó presidir la Unión y en el que la Unión, de la mano de Obama, acabó interviniendo nuestra política económica tal que un 12 de mayo de 2010. A eso había que añadir la desafección sindical que acabó en la convocatoria de una huelguita general muy medida para evitarse el daño mutuo, pero que sin duda suponía un revés sobre todo en el electorado tradicional de la izquierda. Esos días Rodríguez parecía como alelado, mientras le crecían los enanos en tres frentes: el ya mencionado sindical, la vieja guardia socialista asustada por lo que se le venía encima al partido y los barones del PSOE que empezaban a ver peligrar su propio poder. En un momento dado del verano Rodríguez cede a las presiones de los segundos y los terceros, y acepta llevar a cabo una remodelación del Gobierno en el otoño, después de la huelga general, en la que iba a darle todo el poder posible a Rubalcaba que se convertía de facto en el candidato de la oposición interna a Zapatero para sucederle. Así se lo hizo saber ese verano el propio Zapatero a Rubalcaba, Maquiavelo a Rasputín. Y así nos lo han hecho saber unos y otros.

Tira la piedra y esconde la mano
«¿Qué hacer con Rubalcaba? La posibilidad de frenar en seco sus aspiraciones estaba al alcance de la mano: el ‘caso Faisán’, que una vez apartado de la causa el juez Garzón.»
Pero Rodríguez, lejos de resignarse, ha manejado sus tiempos y no ha cedido a las presiones de quienes dentro del partido le exigían que se pronunciara ya sobre su continuidad, en el sentido de no volver a presentarse para que Rubalcaba pudiera dar el paso, o en caso contrario que convocara elecciones anticipadas para evitar que el castigo lo recibieran los barones en sus feudos. Ni una cosa, ni la otra. Rodríguez, que desde la remodelación del Gobierno ha guardado una prudente distancia con su aparente número dos, no solo no ha dicho esta boca es mía sobre su sucesión, sino que además se permitió el lujo de encender la mecha del debate sucesorio estas Navidades y después quedarse en un discreto segundo plano observando. Con la huelga de los controladores y el decreto de Estado de Alarma le vino a ver algún espíritu, porque eso le permitió conjurar la opción de la convocatoria de elecciones. Ya no daba tiempo porque después del 15 de enero no se cumplían los plazos previstos por la ley.

En las semanas siguientes Rodríguez empezó a dibujar su venganza. Tenía que eliminar las opciones de Rubalcaba, desactivar a los sindicatos que amenazaban, esta vez sí, con una huelga general en condiciones por culpa de la reforma de la jubilación, y acabar con la presión de los barones. Lo último, por empezar por el final, va a pasar en mayo cuando las elecciones municipales y autonómicas le den al PP más poder autonómico y municipal del que haya soñado nunca. Eso lo sabe Rodríguez, y los saben sus barones, y saben también que una vez perdidas las elecciones su capacidad de presión sobre el presidente y secretario general del PSOE es nula: se diga lo que se diga, son ellos los que habrán perdido, mientras Rodríguez permanecerá intacto al frente del Gobierno.

Vuelve el caso Faisán

Y es que, antes de llegar a ese punto en el que el presidente habrá conseguido despejar su camino, Rodríguez necesitaba desactivar sus dos mayores peligros: Rubalcaba y los sindicatos. El primero amenazaba directamente su poder. Los segundos daban argumentos a la oposición interna y al electorado más a la izquierda. ¿Qué hacer con Rubalcaba? La posibilidad de frenar en seco sus aspiraciones estaba al alcance de la mano: el ‘caso Faisán’, que una vez apartado de la causa el juez Garzón, había caído en manos del magistrado Ruz. Solo había que inducirle a reabrirla, y eso lo hizo el Ministerio Fiscal haciéndole llegar al magistrado un sensible cambio de opinión de la Fiscalía, según el cual si el Juez reabría el caso, el Ministerio estaría dispuesto a pedir la investigación en lugar de oponerse a ella como había venido haciendo. La reapertura del caso Faisán, a pesar de que el juez haya dicho lo que ha dicho de las llamadas de Antonio Camacho, debilita muchísimo a Rubalcaba, que ve como este asunto puede acabar definitivamente con su carrera política… Y es que nadie se cree que unos policías tuvieran la ocurrencia de darle un chivatazo a ETA sin conocimiento de sus superiores. Y eso es tan evidente que pone al propio ministro contra las cuerdas. La jugada le ha salido bien a Rodríguez, por más que sea peligrosa porque el asunto puede salpicarle, pero hoy por hoy Rubalcaba tiene muy difícil pensar en ser el sucesor de Rodríguez.
«Y después solo le quedará negociar un retiro lo más dorado posible mientras el PSOE elige sucesor entre una terna de candidatos que habrá propuesto un Rodríguez Zapatero que incluso perdiendo tendrá dominado el partido.»
Solo faltaba poner contra las cuerdas a los sindicatos, totalmente contrarios a la reforma de las pensiones que estaba negociando con ellos el ministro Valeriano. La posición de Toxo y Méndez era inamovible, hasta que Rodríguez decidió tomar cartas en el asunto y reunirse con ellos, con un mensaje muy claro: o hay acuerdo, o no hay ni un duro y además se filtran algunas informaciones interesantes que afectan a los líderes sindicales y al modo en que las centrales gestionan sus fondos. No hizo falta más, y con cara de funeral Toxo y Méndez accedieron a firmar el acuerdo sobre una reforma de las pensiones que si llega a hacerla la derecha hubiera provocado, no ya el incendio de las calles, sino del propio Palacio de La Moncloa: vamos, que Egipto se iba a quedar pequeño a nuestro lado. La realidad, después de ese pacto, es que los sindicatos, que ya estaban bastante debilitados, han firmado definitivamente su sentencia de muerte. Ya no sirven para nada, ni representan a nadie. No digamos nada de la patronal, que hace tiempo que agoniza y a la que Rosell, en lugar de auxiliar, está dando la estocada final.

Con ese panorama, desactivado Rubalcaba, desactivados los agentes sociales y los barones calladitos porque saben lo que les espera, Rodríguez se ha despejado su propio camino. Su partido va a sufrir una derrota sin precedentes, en las elecciones de mayo y en las generales, pero él habrá salvado sus propios muebles en una expresión casi grotesca del principio que guía sus pasos, y que no es otro que el de que el fin justifica todos los medios, aunque en este caso los medios supongan la debacle socialista. Y después solo le quedará negociar un retiro lo más dorado posible mientras el PSOE elige sucesor entre una terna de candidatos que habrá propuesto un Rodríguez Zapatero que incluso perdiendo tendrá dominado el partido, y entre los que surge con fuerza de nuevo el nombre de una mujer cien por cien producto de la casa zapateril: Carmen Chacón. Que Dios nos ampare.


El Confidencial - Opinión

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