sábado, 5 de febrero de 2011

Aristocracia del mérito. Por Ignacio Camacho

Si algo traían ya de casa estos nuevos marqueses era la impronta moral del señorío y la nobleza del mérito.

CON esa cara del Siglo de Oro, el flamante marqués Del Bosque podría ser el duque bigotudo de un retrato velazqueño del Prado. En cambio, al marqués de Vargas (Llosa) le cuadraría más un bien un condado para lucirlo como Montecristo con la pechera almidonada del frac de Nobel, entre gatopardescos salones galantes y lámparas de araña. Ambos formaban parte desde hace tiempo de la aristocracia del mérito y de la nobleza del espíritu, que es lo que engrandece a los hombres más allá de la cuna que nadie ha elegido, pero está bien que el Rey se haya acordado de sus valores para distinguirlos con un público reconocimiento a su excelencia; en esta sociedad de lo vulgar conviene de vez en cuando destacar siquiera de manera honorífica los valores que sobresalen de la media. Aunque tipos sensatos y humildes como don Vicente prefieran lucir, antes que la corona nobiliaria, la estrella dorada de campeón del mundo.

Habrá coña marinera con lo del seleccionador —al que de inmediato el colega Gistau ha nombrado con brillantes reflejos marqués del Tiqui-Taca— porque en Celtiberia el asunto de la hidalguía nos suena a linaje rancio, pureza de sangre y gorguera en el pescuezo, a un estiramiento que es la antípoda del carácter de este hombre sencillo, bonancible y prudente como castellano viejo. Este nuevo e insospechado laurel que ha ganado Del Bosque promete guasa popular y mamoneo de la tierra, especialidad de la casa en este viejo solar de plebeyez adocenada y mediocre, nuevos ricos horteras y chabacanas princesas del pueblo. En Gran Bretaña, sin embargo, que es una nación capaz de hacerse justicia a sí misma y a su historia, abundan los ennoblecimientos meritocráticos y es usual que la gente relevante del fútbol reciba el título de sir de manos de Su Graciosa Majestad, y eso que no ganan nada desde el 66 y con pucherazo arbitral por medio; hasta Beckham ha sido condecorado sin más virtud que lucir palmito y saltar al campo oliendo a colonia. El origen de la aristocracia se suele remontar a hechos de guerra o servicios a la patria, y a ver qué otra cosa es la selección sino el ejército simbólico, pacífico y al fin triunfal de un país que la adoptó como enseña de una pasión colectiva. En Vargas Llosa, elegante hasta para restarle importancia al honor, el título va a chirriar menos porque le encaja a su porte senatorial y patricio, pero le servirá para irritar a sus adversarios ideológicos, que en su ofuscación le niegan hasta el mérito literario, y recrearse en ese frío placer que proporciona la envidia de los enemigos.

Si algo traían ya puesto de casa estos nuevos nobles —también el ilustre profesor Menéndez y un Villar Mir que lleva el abolengo en sus sienes plateadas— era la impronta moral del señorío. Ésa con la que tipos como Del Bosque pueden lucir sin afectación el primer marquesado en chándal.


ABC - Opinión

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