domingo, 13 de febrero de 2011

El método Rajoy. Por M. Martín Ferrand

Cuentan los cronistas de la época, Azorín con especial rotundidad, que Antonio Maura, que nunca perdió el acento mallorquín de su origen, basaba su eficacia oratoria en una inteligente modulación de sus silencios. Las pausas de su discurso, largas y bien dosificadas, le servían para subrayar las ideas que deseaba proyectar sobre su auditorio parlamentario. Más de un siglo después, el ahora líder de la derecha es, en lo que a las pausas respecta, la contrafigura de Maura. De vez en cuando interrumpe sus silencios, como para matizarlos, con algunas palabras que le sirven, mejor que como proyección de su pensamiento, como fe de vida. Tiende a ir detrás de los acontecimientos en lugar de anticiparse a ellos que es, antes y ahora, lo que estimula al personal adicto, marca el respeto del distante y la precaución del opuesto. Él sabrá, si lo sabe, la razón de un modo tan pintoresco de comunicación de un líder con sus seguidores y potenciales electores; pero, en una observación distante, el caso parece singular y rarísimo entre las conductas democráticas en las que la adhesión suele pretenderse como fruto germinado por las ideas y las palabras y no como consecuencia de la revelación de los espíritus.

El método Rajoy, ese profundo no decir nada —no comprometerse— con aires de ya haberlo dicho todo, no debe ser malo si lo valoramos por sus resultados. Siete años después de su primera derrota electoral sigue ahí, al frente del primer partido nacional, y se ha podido permitir el lujo de prescindir de las mejores cabezas de su formación y rodearse de otras de menor empaque, pero capaces de entender su mutismo crónico. A eso, algunos, le llaman astucia y otros lo entienden como retranca; pero es, a largo plazo, una forma temeraria de encabezar un partido con posibilidad de Gobierno. Rajoy asume el riesgo de que sus propios silencios, los de su sutileza, terminen atrapándole y expresando lo contrario de lo que cabría suponer que quería darnos a entender.

Ahora, cuando el fiscal solicita una abultada multa para Francisco Camps por un supuesto delito continuado de cohecho impropio, algo penalmente menor y políticamente muy grave, los silencios de Rajoy sobre el caso se vuelven gritos. Quiso, según su método, que el tiempo arreglara lo que tiene poco arreglo y el tiempo, siempre vertiginoso, le ha alcanzado en el límite del cierre de las listas electorales que se someterán a la votación ciudadana el próximo mayo. Es como si Velázquez hubiera pintado La rendición de Breda con Justino de Nassau pasando su mano sobre el hombro de Ambrosio de Spínola. Un error de interpretación.


ABC - Opinión

0 comentarios: