viernes, 21 de enero de 2011

Un progresista en el TC. Por M. Martín Ferrand

Es algo peor que confundir el culo con las témporas: es sentarse sobre las segundas y comer por el primero.

HASTA ahora, los presidentes del Tribunal Constitucional que se han sucedido en el cargo fueron siempre juristas notorios y, en su mayoría, expertos constitucionalistas. La elección de Pascual Sala marca un cambio cualitativo en la institución. Es el primer juez de carrera, un magistrado de largo recorrido, quien ocupa la presidencia de una de nuestras instituciones más polémicas e innecesarias. El TC entra en la obsesión de los «nuevos demócratas» que, al igual que los «nuevos ricos», no quisieron, al hilo de la Transición, que al Estado le faltara de nada y buscaron en todos los supermercados institucionales todo lo disponible en los muestrarios. Con una sala especializada en el Tribunal Supremo hubiera bastado para arbitrar el buen uso del texto constitucional y con ello, además de una notable partida del Presupuesto, nos hubiéramos ahorrado muchas e indeseables confrontaciones entre el propio Supremo y el Constitucional. Tampoco hubiéramos tenido que sonrojarnos con algunas peripecias que, desde Manuel García Pelayo a María Emilia Casas, no han hecho brillar tan singular órgano de nuestra organización estatal.

No es la primera vez que el PSOE impulsa la carrera y promueve un nombramiento de Pascual Sala, desde la presidencia del Tribunal de Cuentas a la del Supremo y el CGPJ. Si es la última lo será en función de la edad del personaje, no por los méritos que han acreditado su «progresismo». ¿No les resulta a ustedes obscena esa permanente clasificación en el ámbito de la Justicia entre jueces «progresistas» y «conservadores»? La Justicia y la Educación son los dos territorios en los que más flaquea la fortaleza del Estado. La primera no es independiente y el sistema de elección de sus cargos más trascendentes, una de las más negativas aportaciones políticas del felipismo, pone bajo sospecha a la cumbre de un poder fundamental del Estado que, paradójicamente, se subordina a los otros dos. La segunda puede valorarse por sus frutos.

El aspirante a la presidencia del TC que ha salido derrotado, Manuel Aragón, es un intelectual fino, constitucionalista notable y claro defensor de la unidad de la Nación y, en consecuencia, opuesto a la «nación de naciones» que, como coleccionista de grandes disparates, tanto le complace a José Luis Rodríguez Zapatero. Hubiera perpetuado el perfil académico que ha definido, desde su fundación, el Tribunal y, en parte, nos hubiera evitado la ofensiva y desagradable clasificación dual entre las razas de juristas que optan a los cargos. Es algo peor que confundir el culo con las témporas: es sentarse sobre las segundas y comer por el primero.


ABC - Opinión

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