sábado, 8 de enero de 2011

La bella Isabel. Por Alfonso Ussía

ENCABEZAMIENTO

He leído en «El Mundo» unas declaraciones de Isabel Pérez-Espinosa más que preocupantes. Esta señora es la candidata del Partido Popular para presidir el Principado de Asturias. En las fotografías aparece guapa, pero dura. Se advierte su enfado por la encuesta reciente de Sigma-Dos, según la cual Álvarez-Cascos ganaría las elecciones asturianas con nueve escaños de ventaja sobre el Partido Popular. Pero intuitivamente intento ir más allá en el análisis de sus palabras. Dice que Cascos le causa tristeza «porque fabula y tiene tremendas lagunas mentales». Para mí, que la bella Isabel habla con despecho, como una novia abandonada, con el amor convertido en odio irrefrenable. Me recuerda un poco a Scarlett O’Hara en sus peores momentos con Rhett Butler en «Lo que el viento se llevó». Me aseguran, y no alcanzo a comprender tanta hostilidad, que Isabel Pérez-Espinosa fue impulsada y apoyada por Álvarez-Cascos en sus inicios políticos. La vida da muchas vueltas. Katharine Hepburn pasó del amor más profundo con Spencer Tracy a decir de él que lo más divertido que podía pasar con Tracy en la cama es que se cayera al suelo el edredón.

Decir que Cascos fabula, para quien escribe no resulta irrespetuoso. La fabulación es consecuencia de la imaginación y la fantasía, y los dos espacios me parecen atractivos. Una persona que no fabula es lo más parecido a un berberecho. Pero el arrebato de odio se deja ver cuando la bella Isabel revela que Francisco Álvarez-Cascos tiene tremendas lagunas mentales. Ahí hay un enigma oscuro, no desvelado, pendiente de percibir la luz. La excesiva crueldad del mensaje no se corresponde con una simple rivalidad política. He conocido a personas con suaves y tremendas lagunas mentales y no acierto a colocar a Cascos en esa relación. Las lagunas mentales son fruto, en ocasiones, de los nervios. Un pariente del firmante, muy buena persona amén de devotísima, fue rechazado por las autoridades eclesiásticas para hacer la Primera Comunión. Después de una larga preparación para ello, cuando le preguntó el señor Obispo Auxiliar de la Diócesis de Madrid «hijo, ¿cuántos Dioses hay?», mi pariente, atacado por los nervios, nubló su mente y respondió: «Siete con Pinocho». A eso es lo que yo he llamado siempre una tremenda laguna mental. Y el embajador Villacieros, un gran señor, jefe de Protocolo del anterior Jefe del Estado, en una audiencia concedida por Franco a Jaime Campmany cuando era el director de «Arriba», lo anunció como «don Emilio Romero» a causa de una suave y pasajera laguna mental.

No puede considerarse elegante ir por el mundo humillando a los adversarios atribuyéndoles tremendas lagunas mentales, es decir, señalándolos de chochos, gagás, deslucidos, dementes o blandos de meninges. Las lagunas mentales pasajeras son posibles en las más brillantes mentes. El Papa Juan XXIII tuvo una laguna mental muy celebrada. Estaba preocupado por una cuestión que afectaba a la Iglesia y se dijo a sí mismo. «De mañana no pasa que le haga llegar al Papa mi inquietud». Y en efecto se la hizo llegar, entre otras razones, porque el Papa era él. Se lo contó divertido a sus cardenales más allegados, pero ninguno de ellos acudió a la prensa para chismorrear que Su Santidad experimentaba tremendas lagunas mentales.

No he tratado mucho a Francisco Álvarez-Cascos, pero mi memoria no coincide con la revelación de la bella Isabel Pérez-Espinosa. No lo sé, pero algo hay en el páncreas de esa atractiva y decidida mujer asturiana que le incita a humillar al político disidente. La vida es una caja de sorpresas.


La Razón - Opinión

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