martes, 18 de enero de 2011

España-Israel, 25 años

Hace 25 años, España e Israel normalizaron sus relaciones diplomáticas y la efeméride bien hubiera merecido mayor énfasis y celebración por parte del Gobierno español, aunque sólo fuera para subrayar que aquel histórico paso fue obra de Felipe González. Pero también fue un gesto de honda significación para la joven democracia española, que superaba así un viejo prejuicio del régimen franquista. La Transición no habría sido completa ni ejemplar si no se hubieran derribado los muros diplomáticos que aún aislaban a España de las corrientes democráticas internacionales. El Estado de Israel era una asignatura pendiente, tanto más lacerante cuanto que miles de sefardíes exibían con orgullo por todo el mundo su condición de españoles e israelíes. Era una anomalía que un país occidental llamado a ser parte sustancial de Europa mantuviera una política exterior hemipléjica con respecto al conflicto de Oriente Medio hasta el punto de ignorar a la única nación democrática de la zona. El Gobierno socialista de González tuvo la lucidez y la audacia necesarias para abrir una nueva etapa diplomática pese a la furibunda oposición del mundo musulmán. El tiempo le ha dado plenamente la razón. A lo largo de estos 25 años, las relaciones entre Madrid y Tel Aviv han sido globalmente positivas, aunque han pasado por fases y estados de ánimo dispares, desde la buena sintonía durante la época de Aznar hasta los malentendidos absurdos y estériles de la época Zapatero, en los que era especialista consumado el ex ministro Moratinos. En éste, como en otros capítulos, el sectarismo ideológico de los gobernantes socialistas ha contaminado con demasiada frecuencia la comunicación entre ambas partes, incluso en los momentos más críticos para la estabilidad internacional. No parece que la actual ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, haya superado la mediocre etapa de su predecesor, cuyo alineamiento propalestino resultaba bochornoso incluso para muchos dirigentes del PSOE. No es casual, por ejemplo, que días atrás TVE retirara de su web un capítulo de su espacio «Españoles por el mundo» en el que nuestros compatriotras elogiaban la vida en Israel. A pesar de todo ello, si algo ha quedado muy claro para los ciudadanos durante este cuarto de siglo es que los vínculos con Israel no son meramente comerciales y culturales, que no son desdeñables, sino de una naturaleza superior, porque entran en juego principios democráticos, valores morales y fundamentos de convivencia. En torno al Estado de Israel no se dirimen sólo cuestiones territoriales o de supervivencia, sino también la supremacía moral del sistema democrático y de libertades sobre los regímenes feudales y las satrapías que imperan a su alrededor. Dejar a la nación israelí a su suerte ante una teocracia como la iraní, que financia y arma a organizaciones terroristas como Hamas y Hizbulá, sería suicida para las propias democracias occidentales, que perderían toda autoridad moral para defender en casa lo que no hicieron en Oriente Medio. La clave última es la capacidad de la comunidad internacional para garantizar el derecho a la existencia de un Estado legítimamente constituido. España, a la luz de estos 25 años, contribuye a ello, aunque algunos gobernantes se muestren remisos.

La Razón - Editorial

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