domingo, 12 de diciembre de 2010

Grandeza y servidumbre militar. Por José María Carrascal

Los militares se han ganado a pulso el prestigio que hoy tienen por haberse mantenido al margen de la política.

Si alguien nos hubiera dicho que a los 35 años de morir Franco, el Ejército sería el estamento más apreciado del país, le tomaríamos por loco o por uno de esos nostálgicos irreductibles que abundan entre nosotros. Pero ahí tienen la última encuesta del CIS mostrándolo, con datos que lo corroboran. El primero, que el 47 por ciento de los españoles piensa que la democracia funciona «poco o nada», mientras el 54, se declara insatisfecho con la Constitución, inclinándose por cambiarla. Claro que luego la inmensa mayoría reconoce desconocerla. Cosas nuestras, que pasamos de la euforia a la indignación sin intermedios, que es lo que nos está pasando ante las desgracias que nos llueven, la última, esa sombra de dopaje de nuestros atletas más ilustres. En este contexto, se entiende que el Ejército se haya encaramado desapercibida y calladamente a la cima de nuestras consideraciones, mientras la clase política se hunde, consiguiendo una calificación de 2,8 sobre 10.

¿Qué han hecho los militares para ganarse esa medalla? Pues cumplir con su deber. Hacer lo que se les ordenaba lo mejor que podían, sin alardes ni quejas, sin importar lo difícil o desagradable del trabajo encomendado. Poniéndose al día en las técnicas de su profesión que, como todas, está sufriendo cambios continuos, y sirviendo, además, de elemento integrador de la oleada inmigrante que España viene experimentando. Sin pedir aplausos ni siquiera aumentos de sueldo. Si todos los españoles hubiéramos hecho lo que ellos, nuestro país no estaría hoy a la cola de la recuperación económica. Esto lo ve la ciudadanía, harto de que la mientan, y el resultado se refleja en la encuesta del CIS.

Sólo veo un peligro en ello: que los políticos, desbordados por la situación y por sus errores, dándose cuenta de la popularidad del Ejército, intenten utilizarlo para resolver sus problemas, como ocurrió tantas veces en nuestra historia. Incluso se ha apreciado un conato de ello en la militarización de los controladores. Esperemos que quede ahí, porque traspasarlo sería fatal para todos. Los militares se han ganado a pulso el prestigio que hoy tienen precisamente por haberse mantenido por completo al margen de la política tras la intentona de Tejero. Es esa actitud lo que les trae la admiración general en un momento en que los políticos alcanzan sus horas más bajas. De ahí también la tentación para ambas partes de convertirlos de nuevo en «salvadores de la patria». Incluso puede pedírselo un pueblo poco ducho en democracia y amigo de soluciones fáciles, en vista de que los dos grandes partidos no se ponen de acuerdo en resolver los grandes problemas. Si queremos una democracia digna de tal nombre, los españoles tenemos que acostumbrarnos a resolver nuestros problemas, no a que nos los resuelvan, el Ejército incluido. Sólo nos faltaría eso.


ABC - Opinión

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