domingo, 5 de diciembre de 2010

Sobreactuación. Por Ignacio Camacho

¿Era necesaria esa escenografía apocalíptica, ese frufrú de uniformes, ese dramatismo de excepcionalidad crítica?

A los españoles, tan arbitristas, nos gustan sobremanera las soluciones autoritarias, las decisiones expeditivas, los asuntos zanjados por la vía del puñetazo en la mesa. Los controladores aéreos, acostumbrados al chantaje estratégico y al abuso sistemático de su posición de ventaja, se merecían una respuesta a la altura de su inaceptable desafío, y aún se merecen una reclamación de daños y responsabilidades con la legislación laboral e incluso el Código Penal por medio. Hay indiscutible consenso social en que ya era hora de que esta cierta chulería desaprensiva de unos empleados de élite encontrase la horma de su zapato. De acuerdo. Pero…

Pero ¿era necesaria esa escenografía apocalíptica, a medio camino entre la noche de tricornios del 23-F y el caos paroxístico de «Aterriza como puedas»? ¿Era imprescindible ese frufrú de uniformes, ese aire de excepcionalidad crítica de los jefes de Estado Mayor en un gabinete de crisis, con el Rey en América y el jefe de la oposición bloqueado en Canarias? ¿No ha habido una sobreactuación política en la creación de una atmósfera de emergencia con el despliegue de coroneles por los aeropuertos como si estuviese a punto de producirse una invasión de alienígenas? ¿Es el estado de alarma una medida constitucionalmente aceptable sin mediar catástrofe natural ni desabastecimiento básico?


Ítem más: ¿Ha sido el de este fin de semana un conflicto sorpresa o estaban las autoridades al corriente de la amenaza supuestamente inesperada? Salvo que el Gobierno sea mucho más desavisado e incompetente de lo que parece, que es mucho, resulta evidente que la regulación unilateral del horario de los controladores iba a crear problemas que nadie podía desconocer. Pese a ello, la decisión se mantuvo y se plasmó en una fecha crítica, con cientos de miles de viajeros a merced de cualquier contingencia en el puente festivo. La posibilidad de que esos ciudadanos hayan servido de tablero humano de un siniestro ajedrez político es inquietante y los convierte en rehenes no sólo de los controladores, sino del propio poder ejecutivo.

Un poder que ha sufrido evidente daño en su mermado prestigio por muy satisfecho que se encuentre de su rápido golpe de autoridad. La actitud delictiva de los controladores no exime al Gobierno de su responsabilidad sobre el deterioro de la imagen global del país. La incompetencia de Fomento para solucionar el conflicto del control aéreo se alarga demasiado en el tiempo y causa daño irreparable al sector turístico. Por último, el clamoroso silencio de Zapatero constituye una manifiesta abdicación a favor de Rubalcaba, que ha manejado a su gusto la situación según su tenebroso manual de agitación y dramatismo. Aunque acaso todo este cataclismo civil haya servido para enterarnos, a la postre, de por qué el presidente no viajó a Argentina…


ABC - Opinión

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